Al menos a mí, me resulta más fácil escribir sobre la concentración antigubernamental de extrema derecha en la plaza Colón de Madrid, que de lo que está sucediendo en Tenerife con las niñas secuestradas por su padre y el padecimiento extremo de la madre. Lo primero se escribe solo, tanto que da en el blablablá, lo segundo es más complicado porque hasta cuesta representárselo, tal es el espanto que produce. Y hasta creo que es el espanto, el drama generalizado del que forma parte lo que te empuja al silencio, no el buenismo militante ni el impudor manifiesto de quienes sacan ganancia de las desdichas y las calamidades. No sabes qué decir ni cómo. Y debes admitirlo. No sé cómo puede impedirse ese terror diario, pero no desde luego diciendo esto es lo que hay. Solo que el silencio acaba siendo cómplice de un estado de cosas frente al que creo que hay que posicionarse por una elemental humanidad y sentido de la fraternidad en el que creo, y ahora mismo prefiero arriesgarme a decir tonterías que callarme. No se trata de acertar y dar la campanada, sino de decir, a como se pueda, que esos crímenes dañan el tejido social entero, que las campanas, cuando doblan, lo hacen por todos, lo diga o no el poeta. Sé que es más fácil decirlo que sentirlo con total sinceridad. Hablar del Mal no es fácil, y mucho menos hacerlo con sentido de cómo acabar con él. Está ahí. Estuvo, está no estás libre de que de alguna manera te alcance. La prueba, esa intención planificada al detalle de causar un daño permanente y definitivo, incurable, implacable, como está ahora mismo sucediendo en Tenerife. ¿Prevenirlo? ¿Disuadirlo? ¿Con leyes? ¿Con qué leyes? Quien haya ejercido de abogado sabe que no hay ley que disuada de la comisión de actos espantosos y que el horror no se explica con el trastorno mental transitorio o el trastorno a secas. Imposible representarse el dolor de esa mujer ahora mismo en Tenerife. Tampoco creo que la pena de muerte sirva como freno a nada; pena en la que creen, se ha visto estos días en el aliviadero de las redes sociales, gente de la órbita voxista, que, de manera paradójica, no cree en las leyes, más que si estas sirven a sus intereses. Hablar de la pena de muerte es una forma tabernaria de pasar a otra cosa y eludir el fondo del asunto: los crímenes machistas. Durante un tiempo me refugié en la idea de que los asesinatos de los que son víctimas las mujeres por el hecho de serlo, de manera sistemática y no episódica, dentro y fuera de las relaciones de pareja, era una cuestión cultural y educacional, producto de una mentalidad rancia, cavernícola, propiciada incluso por un sistema social, económico y religioso que impedía el divorcio y ponía cuesta arriba (mucho en ocasiones) las separaciones y las nulidades y del matrimonio civil que solo funcionaba sobornando a un funcionario prefiero no hablar. Pero ahora veo que no, que en modo alguno, que por mucho que sea generalizada la repulsa de la violencia machista, esta sigue presente, con verdadera virulencia, y no conoce ni clases sociales ni niveles de instrucción y culturales, ni religiones ni modos de vida distintos de los de hace 50 años. Leo que en Madrid hubo una masiva concentración de repulsa hacia ese terror machista que nos alcanza a todos; pero hay gente, de Vox, que no cree en la barbarie machista ni en el feminicidio ni en la violencia sistemática equivalente a la tortura padecida de muchas y retorcidas formas por las mujeres, por serlo. La prueba es que el viernes fueran a intentar reventar la concentración de la Puerta del Sol, de Madrid. Queda por saber si lo hicieron con el apoyo expreso de la dirección de ese partido, la que quiere llenar de una temible patria la plaza de Colón. Todo un síntoma. Que los camorristas de Vox fueran repelidos por las concentradas no quita para poder darse cuenta de que una parte de la sociedad española de hoy no está a favor de acabar con esa violencia sistemática padecida por las mujeres, aunque sirva para pensar que con esa gente que convive sin problemas con el crimen y es ajena al clamor feminista, la convivencia pacífica es dudosa, a no ser que sea con sus leyes del miedo y por la fuerza, es decir, por el sometimiento.