La aborrecida Navidad está al caer, ya lucen las luces, incluida la gigantesca rojigualda navideña cuyo significado patriótico-entrañable se me escapa, pero se ve que, aunque para algunos sean unos días detestables, nos va la vida en ella porque es el eje sobre el que gira ahora mismo la discusión pandémica de esta segunda oleada que nos está dejando definitivamente baldados: ¿Hay navidades, no hay, cuántos a la mesa, cuántos no, de qué forma, de frente, de perfil, con villancicos, sin ellos, con matasuegras, sin disfraces, con mocos pavorosos o en plan abstemio, en qué ciudad, con cuñaos, sin ellos, con bronca, con o sin alegres deportes de cama€? El peligro real de contagios generalizados a causa del virus queda en un muy segundo plano frente a las ganas de sentarse a la mesa en bulliciosa compañía, porque además ¡hay vacuna, hay vacuna!, y eso lo arregla todo, aunque no sepamos una palabra real sobre ella. Ya se habla de la tercera oleada pandémica, fruto de que este de las reuniones navideñas es un asunto en la práctica incontrolable, como se verá sin necesidad de recurrir a artes adivinatorias. Sin contar con que para muchas personas, ancianas sobre todo, es posible que estas sean sus últimas navidades y si no lo saben, lo temen y así las viven. Los solitarios de todos los años seguirán igual, eso sí, por precaución, claro, pero de otro orden, no vaya a ser que haya que asomarse de frente al verdadero argumento de la obra: envejecer, morir (lo dijo el poeta). De modo que te gusten o no, las navidades tienen en este momento más significado del que a los negacionistas navideños les gustaría€ ¿O no es el horror de la Navidad tema de sesudos artículos a fecha fija? Como los toros, igual.

Y quien habla de navidades, habla de recuperar la vida social que gira en torno a las barras de los bares y las mesas de las casas de comidas, asunto complicado este, más de lo que parece, en el que además de la sed ciudadana, están en juego muchos puestos de trabajo, lo que revela un entramado económico pintoresco y frágil, al que cualquier incidencia grave deja tocado. ¿Se abren, se cierran? En Francia están cerrados hasta el año que viene, pero lo nuestro es distinto€ y tanto que lo es, en todos los órdenes.

No sé lo que va a decir en estas condiciones el Borbón en su mensaje de fin de año, pero es posible que en esta ocasión dé más risa que otra cosa a quien todavía tenga la paciencia necesaria para asomarse a ese regalo de Papa Noel que nadie ha pedido, y sobra, porque es un saco de humo. Tal y como están las cosas, me temo que al monarca de esta república de viento no le queda más remedio que echarse en brazos de una mezcla de arenga cuartelera y de sermón piadoso en tiempos de plaga bíblica. ¡Ánimo, mis súbditos, ánimo, que los españoles lo aguantamos todo! Lo que no deja de ser una verdad aplastante porque en ese todo entran gobernantes ineptos, abusivos o ladrones, leyes represivas o que representan la ruina y la pobreza de muchos, una justicia politizada al máximo y la propia monarquía... Todo€ Lo que no deja de ser un misterio. Los que para él trabajan y le redactan el sermón, ya habrán encontrado, para inspirarse, abundantes precedentes en la masa de literatura religiosa que produjo España y si me apuran hasta en los delirios falangistas del César, el Imperio y el no sé qué más. Es lo propio. Pero para esto, aún faltan unas semanas que a buen seguro estarán nutridas de multas -la verdadera industria pesada española: nada de altos hornos, multas, dan más-, de sorpresas y de regalos no pedidos que de verdaderamente navideños tendrán poco, como las pistolas táser que ya han hecho su aparición en Cataluña contra una joven, como si las porras no fueran suficientes. Lo aguantamos todo, está visto, hasta las descargas de esas pistolas nuevas, si nos ponemos, con motivos sobrados, bravos, es decir, chulos, como decían antes cuando pedías según derecho. ¡Sumisión, sumisión, dulce Navidad! Tiempo de paz el nuestro. ?