No es raro que en el país del chollo y el tentetieso, del ojo cuco y el cazo flamenco, surjan vigorosos personajes como la enardecida voxista Rocío Monasterio, arquitecta perezosa por otra parte, pero avispada promotora inmobiliaria a la que le descubren un día sí y otro también irregularidades de aparato que hace mucho tiempo hubiesen dado lugar a una contundente actuación de la que se llamaba Comisión de Depuración del COAM. Igual ese invento ya no existe, igual es que ya no hay ganas de depurar nada porque habría que depurarlo todo, y total p’a qué, si mañana vuelve a aparecer sobre el tapete la baraja marcada. Es un asunto genético, metafísico, climatológico.

Fungió de arquitecta la voxista cuando no lo era, por muchos estudios que hubiese cursado, porque no había redactado el temible proyecto fin de carrera, condición indispensable para ejercer la profesión, aunque total para qué redactar nada si la pastizara sale de otra parte: del negocio inmobiliario, no del tablero o la pantalla: esas finuras para el gato porque no dan nada o muy poco; no traen cuenta. Además, si cucos son la joven parejita, no menos avispados son los compradores convertidos en víctimas cuando el negocio salió mal, porque si hubiese salido bien, aquí paz y después gloria, por mucha irregularidad administrativa y chapuza profesional que hubiese de fondo. No excluyo la buena fe de los compradores de los lofts -auténticas zahúrdas algunos de ellos, al borde de la infravivienda-, pero sin estar en ventajosa posesión de una jeta de hormigón armado con ferralla política y social de primera, estos pelotazos no se dan. Jeta y un sentido de la impunidad que anida en algún lugar del cerebro donde se teje el tumor de que las leyes son para que las cumplan otros y sus filos y costuras están hechos para que les saques beneficios.

Esta gente crece y se desarrolla en el mundo de los duros a cuatro pesetas, del chollo, la gatera, las puertas traseras, los amiguetes, los cazos y los cacitos, y de aquellos memorables tiempos en los que había proyectos de arquitectura que llegaban a los negociados del ramo trufados de billetitos, tiempos otros, lejanos, todo prescrito e invento por tanto. A veces los planos iban acompañados de cajas de Cohibas, Lanceros, o de Rolex de colección. A mí, en negocios estos de planos, me intentó sobornar un chatarrero que se había equivocado de despacho, hombre de la mejor derecha por supuesto, la más patriota y rojigualda. Me dio la risa y se enfadó el mafioso, que a ver qué me había yo creído. Pues que aquello era un despelote en el que todo Dios jugaba al Palé, luego Monopoly con más pasta y menos cutre, y el que no jugaba y se llevaba lo suyo era tonto de remate. Qué cosa. El pasado, el presente, caducado aquel, hecho tragaperras este. Golfos había que cuando al mafiosete del pueblón le pusieron de mote Alfredito diez por ciento, se encabronaron porque el mote era inexacto ya que según ellos se llevaba el 15. Esos sucedidos animaban mucho las sobremesas de los patriotas emprendedores, disfrazados aquel día de gánsteres de sastre -como Los Mustangs en su día cuando le daban al Bonnie and Clyde-, mientras sonaba alegre el rintintín de los hielos en los copazos.

Qué importan, dicen, esas migajas inmobiliarias cuando el rescate bancario que no nos iba a costar ni un euro, va por los 65.725 millones de euros, mientras los banqueros se forran y sonríen y se felicitan a sí mismos como los más listos de la timba nacional. Que flamee la rojigualda, que esa lo aguanta y lo cubre todo, por eso las hacen cada vez más grandes para que todo lo tapen, como los mantos milagrosos.

¡La patria está en peligro! ¡Se rompe España! ¡El neopopulismofilototalitario y supremacista nos pone cercas!... A por el botín pues y marcando el paso, y si se acerca mucho la Fiscalía o los de la UDEF, no pierdan tiempo, no se demoren en buscar un buen abogado, saquen pecho y entonen con mucho sentimiento el ¡Soy el novio de la muerte! Mano de santo, cuando menos entre sus secuaces.