uriosamente, a los dos días de que la policía certificase que se pasó por el arco del triunfo sus propias normas de confinamiento al participar en fiestas ilegales, Boris Johnson ha aprobado un acuerdo con el Gobierno de Ruanda para que aquellos solicitantes de asilo que hayan accedido ilegalmente a la isla, sean enviados a este país africano, a catorce horas de avión, hasta que se resuelva su solicitud. Con el argumento de luchar contra las mafias, se castiga a las personas que quieren salvar su pellejo o -¡qué exigentes ellos!- mejorar sus condiciones de vida. El acuerdo, regado con 144 millones de euros para el Gobierno ruandés, asegura casa, acceso a la salud y al empleo, lo que dicho de uno de los países más empobrecidos del mundo, ofrece la misma garantía que la de los bancos rescatados de que devolverán el dinero recibido. La inmigración es una realidad que hace tiempo que llegó para quedarse. Hoy ya es una de las nuevas variables que condicionan el voto de la gente y su gestión será uno de los principales retos del mundo. Siendo un problema global, las medidas locales no sirven. Ni los muros o estas pseudodeportaciones a Ruanda, ni tampoco que un solo país o un pueblo como el nuestro, confunda la solidaridad con un ongi etorri a todas los migrantes, porque estos no viven del aire, sino que necesitan oportunidades sostenidas y sostenibles en el tiempo para su inclusión. Para variar, no hay solución sencilla, pero ayudaría que cada uno, en la parte que le toca, tratase a los demás como le gustaría que lo tratasen. A aquellos a los que se les haga la boca agua con el plan de Johnson, les regalo las palabras del lehendakari Urkullu en el Aberri Eguna: "Hemos sido un pueblo acogido. Somos un pueblo acogedor". Afrontemos el reto de la inmigración con responsabilidad, sin dejar en la cuneta, ya no solo los derechos más básicos, sino nuestro pasado.