e necesitado varios días para digerir la escena del Consejero de Educación y Juventud de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio. Me refiero al momento en el que se preguntaba dónde estaban todos esos pobres que Cáritas dice que hay en Madrid. La miserable pregunta la acompañó con una escenificación como si los estuviera buscando por el suelo. Ni él, ni su jefa, la Sra. Ayuso, se han disculpado. Más bien al contrario. En un nuevo regate político al estilo de la ultraderecha, lo han usado contra "la izquierda" que, según la "presidenta de la libertad", crea la pobreza y vive de ella. Este negacionismo de la pobreza no es nuevo. Desde que el ser humano ha tratado de hincarle el diente, se ha hecho el juego del trilero con ella. El truco más usado es el de distinguir entre "pobres buenos" y "pobres malos". Los malos son los vagos y maleantes. Los que no quieren currar y "viven del cuento". Estas frases no las dice el Sr. Ossorio, sino que las escuchamos con frecuencia en el tren o en el bar, normalmente de personas que son especialistas en ver la paja en el ojo ajeno, pero ciegas para ver sus miserias. Claro que algunas personas que sufren la pobreza tienen comportamientos reprobables, pero de ahí a culpabilizar a la gente de toda su situación hay un abismo. Con demasiada ligereza, consideramos que no aportan nada positivo, que son solo un problema y que además, se aprovechan del sistema. Todo ello permite que los despreciemos desde nuestro pedestal de gente trabajadora, supuestamente hecha a sí misma, sin percatarnos de que si hubiéramos tenido las piedras que muchos han cargado en su mochila desde que nacieron, vete a saber dónde estaríamos algunos. Vivimos en un sistema con muchas bondades, pero también con puntos negros. Uno de ellos es que más allá de las decisiones personales, genera pobreza. Negarlo es lo que, curiosamente, nos empobrece como personas.