iro al teléfono esperando a que suene. La situación me recuerda a cuando, con quince años, tenía mis ojos clavados en un teléfono, pero de aquellos que debías usar el dedo para girar los números, aguardando a que mi amigo Mikel me dijera si, Judith se llamaba, quería salir conmigo. La respuesta fue negativa. Al menos, aprendí que ciertas gestiones, mejor hacerlas uno mismo. En este caso, la llamada que espero es la de una enfermera de Osakidetza. En el 2018 AC (antes del covid quiero decir y no antes de Cristo) lo mío era un catarro guapo y listo. Pero en estos tiempos pandémicos, el primer gesto de responsabilidad empieza por darle a tu tos seca y dolor de cabeza la importancia que tiene. No soy autónomo, ni soy imprescindible en mi organización; quizás por ello la decisión fue más sencilla: me quedo en casa. Y no lo hago solo. Mi hija ha estrenado sus doce años autoconfinada en su habitación a la espera de que le llamen los rastreadores porque su amiga íntima dio positivo. ¡Vaya dos! Quiénes y los dos que nos creíamos especiales en casa. Frente a mi mujer y mi hijo que les vacunaron con Pfizer, a mi hija le tocó un primer pinchazo de Moderna y a mí, el primero de Janssen y el segundo de Moderna. Así que, como si de personajes de una novela de ficción se tratase, decidimos llamarnos "Janssen y Moderna", sin pensar que el segundo capítulo de nuestra historia de superhéroes, transcurriría en casita y con la manta. Ella viendo Transilvania 3, y yo esnifándome la última temporada de Narcos, a puntito ya de hablar fluido el sinaloense, ¡pinche tos! Janssen y Moderna cruzamos nuestras miradas y sonreímos con el pasillo de por medio, que hay que guardar las distancias. Como cuando tenía quince, ambos queremos una cita pero, al contrario que entonces, esperamos que el resultado final sea negativo que, cómo son las cosas, sin embargo, sería algo positivo.