i ama me quería llamar Iñigo, pero mi aitona Iker y esa decisión, vendrá siempre conmigo. El último libro de Josep Mª Esquirol, Humano, más humano, nos ofrece reflexiones para ser paladeadas como el buen vino. Entre otras, unas sobre la importancia de nuestros nombres. ¿Imaginas cómo sería tu vida sin tu nombre? No ponérselo a un bebe al nacer, o arrebatárselo a un adulto, sería de una violencia extrema. Tenemos nombre antes incluso de que nazcamos. De niños, nos lo vamos apropiando, y ya de adultos, aunque con el paso del tiempo hayamos cambiado, nuestro nombre ahí sigue. Estaba en la cartilla de nacimiento y estará en nuestra esquela. Pero lo más interesante de nuestro nombre es que tiene sentido cuando otros nos lo llaman. En boca de otro que lo grita o lo susurra, me siento reconocido como alguien. Así que Esquirol se pregunta cómo seríamos si fuésemos "huérfanos de nombre". Al leerlo, pensé que no tenía que irme muy lejos. Me acordé de esos jóvenes a los que, pese a que fueron acunados por sus padres como Hassan, Isam, Khalid o Nasir, les llamamos menas. Les robamos sus nombres no para ahorrarnos el decir Menor Extranjero No Acompañado, sino porque así nos evitamos tomar conciencia real de una dura condición que para nuestros hijos no quisiésemos, al tiempo que nos facilita mancharlos a todos, sin excepción, con la pintura de los prejuicios. Deberíamos saber los vascos lo injusto que es que nos tilden a todos de algo por unos pocos. Soy consciente del reto que para una sociedad pequeña como la nuestra supone gestionar la atención de estos chavales. No defenderé la irresponsabilidad de un descontrol de los flujos migratorios. Solo hablo hoy de apostar por acompañarles como a Mikel, Unai, Iñigo o Iker. Dejar de usar lo de mena como insulto o estigma puede ser un primer paso. Mantener sus nombres, es mantener su esperanza y, de paso, la nuestra.