olver a la normalidad? Casi mejor que no. Y es que nuestra vida antes de la pandemia, comparada con la de gran parte de la humanidad, era de Walt Disney. Incluso sin irnos muy lejos, aquí mismo, más personas de las que nos gustaría y, sobre todo, más de las que realmente veíamos, vivían en una intemperie vital. Por ello, claro que quiero rescatar mucho de aquella normalidad pero subrayando que otra parte, no por ser normal, era buena. No sé si seguiremos igual, o haremos como que todo cambia para que no cambie nada, pero si identifico una lista de cosas a mejorar, de las que al menos destacaré cuatro aprendizajes que, a modo de coordenadas, deberían orientar nuestra brújula social. Primero, que hay cuestiones que no podemos dejar en manos solo del mercado. Con las cosas de comer como la salud, o cómo nos damos los cuidados que necesitamos, no se juega. La responsabilidad y el liderazgo deben ser públicos. Segundo, que el bienestar no depende en exclusiva de nosotros mismos, sino que está conectado, como si de un cordón umbilical invisible se tratase, a los demás. Así es claramente en nuestra sociedad, pero también en el resto del mundo, más aún, cuando retos como el covid o el cambio climático no entienden de fronteras. Tercero, que esto ya no va solo de quién gobierna, sino de que la política, siendo en esencia confrontación, esté orientada a la cooperación, para ayudar a dar con las soluciones y no solo con los problemas, o a decir a todo que no. Y finalmente, que Euskadi necesita acordar una nueva relación con España que dote a la bilateralidad y al pacto de un reconocimiento formal con procedimientos concretos, así como una actualización de las competencias. Un acuerdo amplio que permita resetear nuestro principal contrato de convivencia, para gobernarnos sin mirar de reojo al BOE o a las sentencias del Tribunal Constitucional.