olo en casa y con el sopor tras la comida, me acurruqué en el sillón. Decidí acompañar el momento con un documental sobre la rivalidad entre los Celtics y los Lakers de los 80. Bird y Magic hacían de las suyas en el televisor, mientras yo daba alguna cabezada. Me sorprendía que mi perro Lai no estuviera a mi lado. Mi otra perra, Amara, sí que estaba allí, cual romano en su triclinium. Al rato, descubrí el pastel. Lai, libre de controles, se había comido los antibióticos de su "hermana". Atracón de pastillas. Dos tacos bien dichos y al veterinario a la carrera. Tras el pinchazo, el pobre Lai vomitó hasta el pienso de hace una semana y quedó limpio. Mientras las arcadas lo hacían retorcerse, me pregunté si no seríamos nosotros los que vayamos a darnos un atracón de libertad.

Sánchez decidió que tocaba terminar con el estado de alarma, intuyo que más por razones políticas que de salud. Con datos de incidencia muy similares y mucha gente aún por vacunar, hasta ahora era necesario el estado de alarma, pero desde el domingo, el oráculo de la Moncloa, cree que no. O antes había demasiada poca libertad, o ahora mucha. Algo no cuadra. Y además, a diferencia de otras veces, no habrá una progresiva recuperación de la movilidad. Acertadamente, el Gobierno Vasco habla de "tiempo de autorresponsabilidad". Siempre lo fue. En el confinamiento incluso nos sentimos "héroes" por quedarnos en casa responsablemente. Luego, se nos pasó el efecto y no siempre hemos estado a la altura. Temo que nos creamos que ahora "ancha es Castilla" y que el fin de los cierres, es también el fin del virus. Nada más lejos. La libertad conlleva responsabilidad, al menos en su versión adulta. La actual mayor libertad, nos exige más responsabilidad. Mi perro Lai ya no recuerda ni el atracón, ni cómo tuvo que echar hasta el higadillo. Espero que nosotros tengamos más memoria.