l Foro Social está recogiendo aportaciones sobre cuáles son los retos para la construcción de la convivencia en Euskadi. Hoy te comparto el mío al calor del estudio sobre la singularidad genética de los vascos que nos ha vuelto a confirmar que somos diferentes por la sencilla razón de que, desde la Edad de Hierro, mezclarse con otros no lo hicimos mucho. Aunque si en algo sí hemos sido singulares, es en nuestro pasado de graves violaciones de Derechos Humanos de motivación política. No hay región en el mundo sin conflictos, pero una en la que durante décadas los sufrimientos del vecino hayan generado tanta indiferencia, y hasta el aplauso social de algunos, con unas cotas de bienestar importantes, casi ninguna. Somos singulares, pues, en lo que nos ha costado, en palabras de Otegi, "hombre de paz" para Zapatero, "sacar la violencia de la ecuación".

Tu vida y la mía, ¿valen lo mismo? ¿La de tu aita y la de mi hijo? ¿La de los que piensan como tú y la de los que no? A muchos nos gusta pensar que sí, pero, honestamente, cuesta. En un mundo desigual, lo de considerar todas las vidas como idénticas, sufre de una radical desigualdad. En el caso vasco, a lo largo de demasiados años, y pese a que no pocos gritaban ¡igualdad! unos dolores merecían solidaridad pero otros no; unas vidas sesgadas ser lloradas, mientras que otras, no. No hablo de tipos de violencias porque ya me cansó el "y tú más" en materia de agresiones. Tú dices ETA, yo GAL, tú dices unas víctimas, yo presos. Oírlo aún hoy a líderes de partidos me agota. Agradecer los servicios de los asesinos, o entorpecer a la justicia contra los torturadores me enerva. La falta de unanimidad para rechazar el acoso que hoy sufre una concejala en Pasaia me preocupa. Promover y consolidar que todas las vidas, sin excepción, tuvieron y tengan derecho a ser lloradas, es, aún hoy, el reto.