os egipcios, allá por el 1500 a.C. inventaron la maleta. Eran grandes baúles y arcones pero, para un pueblo que arrastró piedras para hacer pirámides, imagino que los bultos del faraón les parecerían poca cosa. Con el tiempo, aparecieron cofres que se untaban con grasa de animales para hacerlos impermeables. Finalmente, la extensión del uso de las pieles, permitió la confección desde humildes zurrones con los que viajar del campo a una villa medieval, así como maletas que se cargaron con más sueños que ropa en los primeros viajes a América. Lo curioso es que, pese a que la rueda se había descubierto sobre el 6000 a. C., no sería hasta 1970, cuando se patentó la primera maleta con ruedas. Incluso, hubo que esperar hasta 1987 para que el piloto Robert Plath, diera con la maleta vertical y de ruedines, hoy mundialmente conocida. Miles de años pues para darnos cuenta que igual tenía sentido eso de unir la rueda con la maleta.

Traigo esta historia porque, al hacer balance del año, se nos está yendo la mano con el pesimismo. Claro que ha sido un año malo pero ¿calificarlo como maldito, o el peor de nuestras vidas? Muchas cosas han funcionado especialmente gracias a las miles de personas que han dado lo mejor de sí mismas. Demasiados fallecieron y por ellos, antes que nadie, no cabe un borrón y cuenta nueva, sino mejorar identificando lo malo, pero rescatando lo positivo. Toca asumir que somos menos perfectos y más débiles de lo que nos creemos. Aceptar que nos cuesta aprender mucho de los errores y, más aún, reconocerlos. Y todo ello, sin olvidar un rasgo central de nuestra especie: la gran capacidad de superación, más si el esfuerzo es colectivo, que tenemos. Si arrancamos el año descubriendo un virus mortal, lo estamos terminando repartiendo su vacuna. En comparación con lo que nos costó dar con la maleta con ruedas, ni tan mal, ¿no?