ras las mentiras de "aprende inglés con 1.000 palabras" y "adelgace comiendo de todo", llega a nuestras pantallas "la vacuna ya está aquí". Que la farmacéutica Pfizer nos quiera vender que está casi lista es lo lógico siendo una empresa que vive de sus productos y de cotizar en Bolsa, pero que el ministro de Sanidad se sume al carro diciéndonos que estará "a principios de 2021" es un error premeditado. La necesidad de buenas noticias no puede llevar a un político, de su alta responsabilidad, a infantilizar a la sociedad sembrando, y menos ahora, falsas expectativas. Su discurso, cuando menos de excesivo optimismo sobre la vacuna, puede volvérsenos en la cara como un boomerang. En primer lugar, porque la técnica que se está usando para dar con ella es tan nueva que, en diez años, no ha dado ni un solo fruto. Si confirmar la eficacia de la vacuna llevará tiempo, organizar su distribución aún mucho más, ya que, tanto la OMS como otros expertos nos advierten de que deberá guardarse a -70ºC y, claro, ¿quién no tiene una neverita que enfríe así, verdad? Además, se venderá en el libre mercado, lo que hará que España esté en la lista de compradores pero, como en Eurovisión, en los últimos puestos, con muchos países por delante. Pero lo más peligroso de decirnos que a la vacuna le quedan dos minutos de microondas puede ser la pérdida de respeto a un virus que, precisamente por ello, lo tenemos cómodamente instalado en nuestras vidas. Al mismo tiempo, puede reforzar la arriesgadísima creencia de que, sin tener que hacer cambio alguno, la ciencia volverá a salvarnos el trasero, y ahora paz y después gloria. En tiempos de Rajoy, escucharle pronunciando Pfizer nos hubiese ofrecido unos segundos para la carcajada. En el caso del ministro Illa, esperando confundirme, todo pinta que sus palabras no nos harán ninguna gracia.