l nuevo consejero de Educación, Jokin Bildarratz, asume el cargo tras no pocos años de concejal, dos legislaturas como alcalde, senador y parlamentario, entre otras responsabilidades públicas. Algunos criticarán de él que es un profesional de la política. Salvo en aquellos casos en los que el susodicho no ha tenido otra nómina que la pagada por todos, véase Abascal, a mí no me parece mal. La gestión de lo público requiere de una mezcla nada sencilla de encontrar: formación, oficio propio y experiencia en el mismo, y sobre todo, callos en esto de la política. Puestos a pedir, me parece imprescindible saber escuchar, hacerse entender ante las cámaras tanto en euskera como en castellano, así como dialogar en las distancias cortas. Hoy que es deporte nacional zurrar a los políticos, me mojaré para decir que él las reúne todas.

En sus ocho años como alcalde de mi pueblo me pareció un tipo con muchas luces y, bien que le harán falta porque, al igual que las cinco que llevan los coches, él puede que tenga que usar todas. Las cortas son obligatorias cuando oscurece o en un túnel, y nuestro sistema educativo en estos tiempos, las requerirá encendidas en todo momento. Las largas también serán fundamentales porque Euskadi necesita niños sanos y felices hoy, pero también preparados para el mañana. Las antinieblas, las usamos para esos días de niebla o escasa visibilidad y, todo indica que, gracias a los sindicatos y su huelga de ongietorri, las deberá usar desde su primer día. Las de posición, que indican la anchura del vehículo, le serán vitales para definir bien cuál es el cometido de su consejería, y no dejar ensombrecido el derecho a la educación por el de la salud. Finalmente, tendrá las luces de la marcha atrás, tan poco usadas a veces en política pero que le permitirán que, como el resto, al meter la pata, uno la pueda sacar.