Esta hipertrofia de convocatorias electorales que estoicamente estamos soportando la ciudadanía nos conduce dentro de una semana a otra nueva parada: la próxima estación se llama, en forma de acrónimo, “10-N”.

Convertir en rutinaria la llamada a las urnas, banalizar el voto como si la democracia se redujera a eso, a votar y solo a votar sin preocuparse de la calidad de esa democracia formal tiene muchos riesgos. Uno de ellos es el que conduce desde la hipertrofia de convocatorias electorales a la anomia político: la anomia es, para las ciencias sociales, una deriva de la sociedad que se evidencia cuando sus instituciones y sus líderes no logran aportar a la ciudadanía las herramientas imprescindibles para alcanzar sus objetivos en el seno de su comunidad, un proceso que conduce al desapego ciudadano y a la emergencia de corrientes antisistema.

Al desprestigio social de la política se suma ahora su inacción a la hora de resolver el principal problema y su prioritaria ocupación, concretada en dialogar para tejer grandes acuerdos que vertebren la sociedad y hagan posible la convivencia entre diferentes. ¿Cómo van a poder alcanzar tal objetivo desde el clima de creciente desconfianza recíproca que se ha instalado entre los principales líderes políticos?

Una sociedad democrática no es una sociedad sin conflictos, una especie de Arcadia feliz sin disputas; la clave para el equilibrio social radica en que tales conflictos puedan tener cauces de expresión, de debate y de solución; y la política, en cuanto herramienta básica para encauzar tales disensos sociales, parece haber claudicado ante su principal mandato social.

En este contexto preelectoral, si la campaña sirviera para despejar alguna de estas incógnitas habrá merecido la pena soportar de nuevo la retahila de reproches, discursos cruzados y promesas vacuas que volveremos a escuchar hasta la saciedad en los próximos días previos al 10-N: ¿Qué nuevo discurso vamos a poder escuchar en campaña? ¿Qué novedades catárticas vamos a poder apreciar en los programas electorales? ¿Quién puede garantizarnos que el problema de gobernabilidad se va a resolver por arte de magia con esta nueva contienda electoral a la que concurren los mismos líderes al frente de las mismas formaciones políticas? ¿Qué diferente política de pactos postelecorales vamos a poder conocer y por qué no se nos informa con antelación a los electores? ¿Quién puede garantizar que esta nueva llamada a las urnas va a posibilitar el desbloqueo político?