iguel Aizpuru nos ofreció ayer en estas páginas un buen repaso de las últimas embestidas de Eneko Andueza, que han tenido como destinatario sobre todo al PNV, pero también a EH Bildu. El amplio abanico de exabruptos ha incluido declaraciones surrealistas (criticar ahora una petición sobre Gernika realizada en su día por su propio partido) y salidas de tono que causan perplejidad (acusar a los partidos abertzales de coquetear con Vox). Aitor Esteban calificó días pasados de tonterías esta retahíla de afirmaciones, aunque el secretario general de los socialistas vascos le ha salido al paso con pose quijotesca diciendo que a él nadie le calla. Su problema, sin embargo, es que la opinión del diputado jelkide empieza a ser compartida por muchísima gente, atónita ante tanta bravuconada.

En realidad llueve sobre mojado. Hablábamos en esta misma columna hace algunas semanas sobre los berrinches de nuestro protagonista. Aseverábamos que, si bien parece razonable que el partido minoritario de un gobierno de coalición haga esfuerzos para que su impronta ideológica e institucional sea percibida de manera más nítida por la ciudadanía, ello debe hacerse con mayor temple, midiendo tiempos y mensajes. Añadíamos que no siempre tener la razón justifica pataletas desmesuradas.

Definitivamente, se ha propuesto Andueza pisar el acelerador respecto a la época de su antecesora. Nada que objetar; es más, tenemos la sensación de que esta nueva dinámica reconfortará a gran parte de su militancia, la cohesionará y elevará su autoestima. Su corte de lisonjeros le animará además a seguir por esta vía. Pero alguien debería advertirle de que labrarse un liderazgo sólido ante la sociedad es algo más que estimular a los propios. Porque no es lo mismo una reflexión que una ocurrencia; no es lo mismo la facundia que la verborrea. Dicho en otras palabras, no es lo mismo sacar pecho que mostrarse despechado. l