pesar de la escisión que hay en su seno, parece que en el mundo de la aizkora se vive cierto rebrote. La aparición de una nueva hornada de aizkolaris, cuya fama en algún caso trasciende el ámbito del deporte rural, el impulso dado por ETB y la introducción de ciertas innovaciones son algunos elementos que explican este momento dulce, en el que destaca también la irrupción de la mujer. Obviamente, no asistimos al regreso a aquella época dorada en la que se vivieron momentos que duraron décadas en la memoria colectiva de Euskal Herria, pero parecen haber desaparecido los negros nubarrones que auguraban algunos hasta muy recientemente sobre el futuro de esta apasionante modalidad.

Nos informaba Iker Andonegi ayer en estas páginas sobre la apuesta entre Mikel Larrañaga e Iker Vicente que se celebrará el sábado en Tolosa y tanta expectación está levantando. Y emergen una vez más las eternas discusiones sobre si los desafíos son el camino a seguir a la hora de impulsar esta disciplina y homologarla con el resto de deportes. Hay quien trata de establecer una relación dicotómica entre la vía de la competición y la proliferación de apuestas a la vieja usanza. Tampoco entre los propios aizkolaris existen las mismas opiniones sobre la cuestión: no es lo mismo escuchar a Aitzol Atutxa o a un Xabier Orbegozo, Arria V, que en vísperas de su retirada defendía con rotundidad la apuesta como algo intrínseco al deporte rural, algo que debe perdurar.

Ciertamente, parece razonable abogar por la compatibilidad de ambas maneras de disfrutar de la aizkora y de promocionarla, siempre que se haga de manera ordenada. Es más, diríamos que se retroalimentan, de tal manera que la buena salud de una beneficia a la otra, que es lo que está sucediendo. Para que todo vaya mejor solo falta que se vaya solucionando la triste ruptura que existe en la celebración de algunos campeonatos. Pero me cuentan que eso va para largo. Nunca es plena la felicidad.