cudió Ada Colau el pasado viernes a la Ciutat de la Justicia a declarar en calidad de investigada, ya que ha sido acusada de presuntas irregularidades en algunas subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona. La obstinación de algunos en empapelar a la alcaldesa es digna de estudio, como lo es la contumacia con la que exigen su dimisión algunos sectores prácticamente por todas las decisiones que adopta. Tales obsesiones, por cierto, están frecuentemente teñidas de un machismo deleznable. Pero la realidad es tozuda y todas las querellas han sido archivadas por los tribunales. No se prevé que sea diferente la decisión sobre este (hasta el momento) último asunto.

En este contexto, el entorno político y mediático de Colau no para de manifestar que está siendo víctima de una campaña de lawfare (guerra jurídica) y de fake news (noticias falsas), entre otras artimañas. Hay quien incluso ha llegado a comparar su caso con el de Lula da Silva. Lo cierto es que parte de razón sí que tienen en sus lamentos, por lo que es lógico que alcen la voz para denunciarlo. Cabe mencionar que parecidas circunstancias se dan con Podemos -partido aliado de los Comuns- en todo el Estado, tal y como reseñamos en su día en esta columna.

Resulta, sin embargo, que recordamos muy bien cómo llegó nuestra protagonista a la Alcaldía de Barcelona. Las cloacas del Estado montaron a través de la llamada policía patriótica de Villarejo una infame campaña contra Xavier Trias a las puertas de las elecciones. Ada Colau y su gente pudieron haberlo denunciado o cuando menos ponerse de perfil. Pero no: utilizaron gustosamente aquellas falsedades para embestir contra el que era en aquel momento alcalde de la ciudad. Para sacar tajada, vaya si la sacaron. Debe uno reconocer que, por muchos motivos que tengan para sus actuales quejas, no consigue empatizar con quienes tuvieron un comportamiento tan vomitivo en aquella ocasión. Por lo menos hasta que se disculpen.