n la historia del euskera hemos conocido a grandes apologistas como Manuel de Larramendi, a los que, amén de interesantes aportaciones, debemos la difusión de extravagantes teorías sobre el origen de la lengua; por ejemplo, la del tubalismo. Posteriormente, Sabino Arana y sus seguidores contribuyeron a la juerga y les dio también por reivindicar la procedencia vasca de nombres de ciudades como Zaragoza (zara gozoa) o Barcelona (bart ze lo ona). De todos modos, más allá de la hilaridad que producen a día de hoy, aquellos movimientos requieren una explicación contextualizada sobre las épocas y sus urgencias. A unos y otros debemos, por cierto, neologismos aún vigentes.

En realidad nunca han cesado las fabulaciones, pero nos encontramos en la actualidad con la proliferación de vídeos e hilos en las redes sociales, donde gentes ávidas de notoriedad ofrecen al mundo grotescas explicaciones, tanto sobre el significado de parte de nuestro vocabulario como acerca del origen de expresiones de otros idiomas importadas supuestamente del euskera. Una antigua ocurrencia que ha renacido ahora ha sido la de tratar de convencernos de que el conocido grito de celebración de miles de estadios ¡campeones, campeones oé, oé, oé! (y su variante ¡olé, olé olé!) tienen en realidad raíz euskérica, concretamente en hobe, hobe hobe! que, nos explican sin rubor, significa ¡los mejores! o ¡el mejor! Curiosa traducción.

Lindezas como esta no darían para más si no fuera por el éxito que alcanzan y si no nos quedáramos frecuentemente perplejos observando a mucha gente defendiendo con vehemencia la validez de tan extrañas tesis. Y es que, en realidad, el gran misterio del euskera no es su origen, sino el insólito hecho de que tenga más expertos que hablantes. El hecho de que habite en cada uno de nosotros un ilustre versado en lengua vasca, independientemente incluso de que la hablemos. Y eso qué más da, pensarán algunos.