nsiaba nuestra madre conocer los dos pueblos de sus cuñadas, Vitigudino en España y Carvalhal da Romas en Portugal. Así que allá fuimos. El tío Pedro y la tía Isabel nos esperaban en la localidad salmantina; también Tomás, hermano de ella. Este último nos avisó de que el tinto se servía en aquellos lares muy templado, más bien caliente. Nuestro padre no quiso darse por enterado, hasta que en una de esas sucumbió y me pidió que en el siguiente bar le sacara un clarete fresco. Le entregué el vaso y lo observó con desdén; a continuación dirigió hacia mí su mirada, entre pícara y socarrona. Preocupado de que no se mancillara su reputación como txikitero, me advirtió: esto no lo cuentes en Oñati.

Está siendo este un verano en el que los secretos del Reino de España han recobrado protagonismo político y mediático. Jesús Barcos nos ha ofrecido en estas páginas un interesante reportaje sobre la materia, incluyendo en él dos clarificadoras entrevistas con Maider García y Odón Elorza. La demora en la modificación de la Ley de Secretos Oficiales resulta escandalosa, aunque menos que las informaciones que nos llegan acerca de los documentos que al parecer continuarán sin desclasificar en torno a asuntos tan sucios como el 23-F y los GAL. No digamos nada sobre las fechorías de algunos sátrapas de la familia real.

Resulta desolador escuchar los argumentos que se utilizan para perseverar en la ocultación de tales cuestiones. La actitud de quienes así proceden los convierte en cómplices, amén de cobardes, porque es insostenible que se mantengan aún cerrados tantos siniestros cerrojos, esos que Barcos tituló con tino como loscandados del PSOE. Desde luego, frente a tan torpe obstinación, estuvo mucho más justificado mantener durante tantos años en estricta confidencialidad aquel desliz que creyó haber cometido aitta Miguel. Aquel que terminé por bautizar como el secreto del clarete.