l acuerdo entre los partidos del Gobierno Vasco y Elkarrekin Podemos en torno a la ley antipandemia ha dado pie a diversas especulaciones sobre un supuesto giro estratégico de la coalición morada en su labor de oposición, reforzadas por el hecho de que también en otras instituciones se observan últimamente comportamientos parecidos, por ejemplo en una Donostia donde Aitzole Araneta se ha convertido en una de las sorpresas positivas de la legislatura. Pero, dado que Miren Gorrotxategi insiste en aclarar que no existe ciaboga, que solo se trata de acuerdos puntuales que podrían repetirse o no en función de la materia, convengamos en decir que suceder, algo sí que sucede.

Son dos los motivos principales por los que parecía lógico que tal circunstancia se llegara a producir. Por una parte, la formación ahora liderada por Ione Belarra comparte gobierno con PNV y PSOE en Nafarroa; en Madrid solo con el PSOE pero con el necesario apoyo de los jelkides. Todo ello hacía incongruentes ciertas actitudes cerriles en Gasteiz. Por otra parte, EH Bildu más que triplica su fuerza en el Parlamento Vasco y tiene ya ocupado el espacio de la oposición dura, por lo que asomar la cabeza en ese panorama exige dosis de sobreactuación de dudosa credibilidad. Cierto es que la actual cúpula de Podemos en la CAV llegó al poder interno criticando precisamente acuerdos de los anteriores dirigentes, pero en política son habituales los pelillos que se lleva el viento cuando se arrojan a la mar.

Nunca es sencilla la labor de oposición, máxime con los condicionantes descritos. Resulta complicada la combinación entre la necesaria crítica al Gobierno y la capacidad de alcanzar acuerdos que satisfagan al electorado. Elkarrekin Podemos acierta al explorar la vía, pero una vez emprendida debería evitar dar tumbos por culpa de indecisiones. Porque puede estar uno absolutamente convencido -y con razón- de la coherencia de los actos propios, pero si la ciudadanía percibe estos como embrolladores, la coherencia se confina en la intimidad.