a derecha carpetovetónica española aducía dos motivos para tratar de impedir la designación de Pablo Iglesias para el órgano de control del CNI. El primero de ellos era tan antidemocrático como vomitivo porque se basaba en la ideología del entonces vicepresidente del Gobierno y su partido; en otras palabras, por ser él quien es. La segunda pega era formal, ya que se consideraba que la vía del nombramiento por medio de un decreto-ley por razones de urgencia y necesidad no estaba justificada. Es ahí donde Vox ha obtenido una victoria ante el Tribunal Constitucional victoria ante el Tribunal Constitucional. Corrijamos: es ahí donde se le ha regalado al partido de Abascal un trofeo con el que se regodea.

Ciertamente, recordamos voces respetables del mundo del derecho advirtiendo que aquella manera de proceder era cuando menos discutible, ya que suponía realizar designaciones de tapadillo. Algunos representantes políticos aliados del Gobierno también dibujaron pinceladas en idéntico sentido. Pero ni unos ni otros levantaron la voz en exceso, y no lo hicieron porque, como en otras ocasiones, primó el deseo de hacer piña frente a las acometidas cavernarias con la falsa creencia de que criticar la fórmula elegida suponía dar bazas al adversario.

Se lleva reflexionando mucho tiempo sobre cómo hacer frente al facherío. Se debate sobre la viabilidad del llamado cordón sanitario en los parlamentos, se procura acordar un comportamiento respecto a ellos en los medios, y se discute sobre la conveniencia de hacerles frente en la calle. Son todas ellas discusiones tan necesarias como apasionantes, pero sería deseable que, mientras tanto, quienes gobiernan -y sus aliados- se dieran cuenta de que en el día a día no se puede relajar la autoexigencia democrática con la excusa de que viene el lobo; de que no es posible dejar con torpezas propias tanto espacio libre a quienes se pretende combatir, para que estos consigan dolorosos triunfos políticos. Trofeos regalados.