e debate hoy en el Parlamento Vasco la propuesta de reprobación de Gotzone Sagardui, cuatro meses más tarde de su comparecencia en torno a la vacunación de dos exdirectores de hospital. Se reactiva ahora la discusión porque la oposición no quedó satisfecha con aquellas explicaciones; en realidad las oposiciones rara vez quedan satisfechas.

Qué duda cabe de que la labor de control y marcaje a los gobiernos es una de las esenciales para los partidos que no los apoyan. Tal ejercicio enriquece la actividad parlamentaria, pone el foco en gestiones deficientes y sirve de altavoz a sectores sociales disconformes con la actuación del poder ejecutivo. Por lo tanto, nada que reprochar a quienes desde actitudes críticas tratan de que todo vaya mejor. Al contrario.

Los problemas surgen, sin embargo, cuando se tiende a la sobreactuación y al discurso hiperbólico, sin realizar ejercicio de disección alguno que otorgue la verdadera dimensión de aquello que se está criticando. Tienden a pensar quienes así actúan que cualquier desliz -en el caso de que lo sea-, cualquier error -por muy personal que sea- es en realidad un inmenso filón a explotar eternamente. Tal vez se satisfaga de esta manera al núcleo duro de los propios, pero se corre el riesgo de hastiar a una parte de la sociedad que distingue mucho mejor la magnitud del asunto y sus derivadas políticas. Quien proclama que todo es un desastre y todo es motivo de dimisión corre el riesgo de que cuando existan verdaderas razones para la dureza implacable su tono ya no se distinga, su indignación parezca impostada.

Son reflexiones que surgen ante el Pleno parlamentario de hoy, pero también sentimientos que afloran ante otras circunstancias similares, pero con las tornas cambiadas. Quienes han soñado encontrarse con sendos filones ante los casos de algunos concejales que se fueron de parranda o el triste incidente de Miren Larrion, reproducen una actitud contra la que claman frecuentemente. Todo hay que decirlo.