quella inolvidable emisión inaugural sigue emocionando. Suponía para nosotros un paso más en el autogobierno y un instrumento indispensable para la recuperación del euskera. Desde entonces ETB nos ha acompañado en penas y alegrías, pero sobre todo ha crecido gracias a la inmensa labor de infinidad de buenos profesionales. También hay veces en las que nos cabrea, pero cómo no va a hacerlo una televisión si lo hacen frecuentemente nuestros familiares más queridos y nuestros amigos más íntimos; si nos cabreamos casi diariamente hasta con nosotros mismos.

El deporte es una de las facetas en las que más y mejor ha prosperado nuestra televisión durante los últimos años, con apuestas de calado, innovaciones que enorgullecen y aciertos dignos de elogio. Pero en la gestión posterior a la final del sábado ha fallado de manera flagrante, incluida la explicación ofrecida. Porque ante circunstancias como esta lo más adecuado suele resultar asumir el error, pedir disculpas y reparar en lo posible la deuda contraída con una afición lógicamente enojada.

Dicho todo ello, se niega uno a sumarse a la lamentable dinámica de insultos y de visceralidad creada para regocijo de los que permanentemente alientan odios territoriales y divisiones que nos dificultan avanzar como pueblo. Convendremos, sin embargo, que siempre es preferible no dar motivos para ello. He ahí la lamentable derivada política de una decisión sobre un acontecimiento que, guste o no, trasciende lo deportivo. He ahí la causa por la que muchos nos sentimos doblemente afectados por una actuación equivocada.

Lo triste de toda esta resaca es que en vez de centrarnos en exclusiva en celebrar un triunfo histórico estemos azorados en un perverso remolino de telebistas, semáforos, pasillos, trompetas y mariachis. Ciertamente soy consciente que con este texto contribuyo a ello, pero queda dicho que también nos cabreamos casi diariamente con nosotros mismos y nuestros impulsos.