estas alturas de la película no merece la pena perder el tiempo enumerando las barrabasadas del nefasto Donald Trump, repaso que concitaría un amplio consenso. Cabe desear que sea desalojado de la Casa Blanca en noviembre, aunque, ciertamente, quien podría sustituirlo no levanta excesivas pasiones. En lo que algunos comenzamos a dudar es sobre algunas medidas que se le han comenzado a aplicar a este corrosivo presidente.

Los responsables de la agitadísima red social llamada Twitter han comenzado a vigilar la compulsiva actividad del personaje, advirtiendo que algunos de sus comentarios están escritos sin fundamento real e incluyendo por ello enlaces que los contradicen. El cabreo del neoyorkino ha sido tan grande como el regocijo causado entre los millones de personas que pedían poner freno a sus actividades más nocivas. La presión se ha extendido ya a un Mark Zuckenberg que se resiste a actuar de igual manera en sus exitosas redes Facebook, Instagram y WhatsApp.

El verbo más utilizado es el de verificar. Se nos aclara que no se trata de censurar, que se trata más bien de un ejercicio de responsabilidad consistente en aclarar que aquello que alguien ha escrito en las redes debe ser cotejado, algo muy necesario -dicen- en tiempo de bulos y medias verdades. Benditos tutores estos verificadores que nos señalan el camino del bien, que nos indican si la sopa está demasiado caliente o el filete lleva demasiada sal. Bienvenido sea este ejército de anónimos catequistas virtuales gracias al cual nos libraremos de severas intoxicaciones cibernéticas. ¡Qué alivio!

En estas cosas se sabe cómo se empieza y no cómo se acaba. Comenzamos aplaudiendo a quien pone a raya a Trump (tal vez porque algunos han decidido que ya no les sirve) y en poco tiempo nos encontramos firmando un manifiesto de protesta porque a un líder que a nosotros sí nos gusta le han hecho lo mismo aplicando idéntico criterio. Perdóneseme la osadía, pero piensa uno que en esto el execrable presidente algo de razón sí que lleva. Aunque sea un poquito.