Muchos de los lectores guardarán recuerdos de los días de Aberri Eguna que han conmemorado a lo largo de sus vidas. El domingo se celebrará por octogésima novena vez, desde aquella demostración de patriotismo de 1932 en las calles de Bilbao. Habrá quien evoque grandes manifestaciones, quien rememore reuniones familiares o quien recuerde citas clandestinas. Entre otras.

Convendremos, sin embargo, en que, amén de aquella primera celebración, hay algunas ediciones de especial importancia. Así, la segunda edición de Donostia en 1933 pasará a la historia como muestra del europeísmo del nacionalismo histórico vasco, cuestión que conviene remarcar durante estos periodos de convulsión. Se puede considerar la edición de 1966 como la de la ruptura entre el jelkidismo y el emergente etismo: los primeros llamaron a acudir a Gasteiz y los otros a Irun-Hendaia. Tampoco podemos olvidar el manifiesto también europeísta de Enbata en la celebración de Itsasu de 1963; o aquella edición de 1978 donde el socialismo vasco desfiló reclamando en derecho de autodeterminación del pueblo vasco.

En definitiva, parece que podríamos escribir nuestra historia política reciente fijándonos en el devenir de esta celebración durante casi nueve décadas. Repasando a convocantes y ausentes; discursos y manifiestos; lemas e iconografía; multitudes y penurias; euforias y depresiones. Sería deseable que la edición de 2020 sirviera en el futuro para algo más que un mero apunte recordando que fue el Aberri Eguna del confinamiento. Sería deseable que iniciativas como la de Euskal Herria Batera fueran cuajando y fuéramos saliendo así del estado de letargo que vive este día, tampoco pasa nada por reconocerlo.

Aunque no con excesivo rigor, cuentan algunos que aquel primer Aberri Eguna se organizó para conmemorar el cincuenta aniversario desde que los hermanos Arana Goiri descubrieron la patria vasca. Aquel 1882 también Sabino estaba confinado en casa pasando la tuberculosis. Salió, ¡vaya si salió! Saldremos, ¡claro que saldremos!