Debe uno reconocer la afición -tal vez vicio- que tiene a los procesos electorales en general, y a los que se celebran en los Estados Unidos en particular. Puestos a ello, admitamos también la simpatía que nos despierta Bernie Sanders con sus propuestas, su firmeza y su capacidad de movilizar a una juventud por lo general adormilada.

No hacía mucha falta, pero personalidades como Paul Krugman ya han aclarado que el veterano senador por Vermont no tiene mucho de socialista, que es la marca personal que se autoadjudicó hace mucho, más que nada para irritar a sus numerosos enemigos. Llama sin embargo la atención la facilidad con la que cierta izquierda de aquí acepta tal descripción, máxime si tenemos en cuenta que son los mismos que entre nosotros se niegan a otorgar incluso el carácter centrista a partidos o líderes políticos cuyo pensamiento no dista mucho del de aquel.

Se trata en realidad de una historia que se repite, aunque no deja de sorprendernos. Recordemos por ejemplo a Francesco Rutelli, aceptado aquí durante décadas como alcalde, senador, ministro y dirigente del centroizquierda italiano por políticos y opinantes que sitúan sin embargo a su aliado vasco en Europa en la derecha más recalcitrante.

Cierto es que adjetivos como socialista, nacionalista o liberal abarcan mucho, tanto que políticos con idéntico apellido político pueden resultar en realidad antagónicos. Pero aceptado el matiz, convengamos que resulta cuando menos extraño que quienes tienen por lo general el cedazo tan tupido, acepten en su reino a Sanders con tanta ligereza, mientras envían al infierno a otros con similares puntos de vista en muchísimos aspectos ideológicos y programáticos.

Hablando de los productos del campo y su comercialización, el amigo Xabier Iraola nos alerta frecuentemente en estas páginas de lo engañosas que resultan las etiquetas. En la política es peor, ya que todo comienza con el autoengaño. Y es que tenemos la mala costumbre de etiquetar al otro, no como en realidad es, sino como nos gustaría -y nos convendría- que fuera. Luego llegan los disgustos.