l a 34ª edición de la gala cinematográfica de los Goya resultó acierto y éxito a pesar de la larguísima duración, casi doscientos cincuenta minutos de interminables paseíllos, chácharas más o menos agradecidas y lloros, histerias y emociones diversas en un pabellón deportivo, el pabellón Martín Carpena convertido en sala malagueña para la entrega de los cabezones consolidados en el quehacer anual de la farándula del cine. Bajo la dirección de la familia Buenafuente-Abril, mejor ésta que aquel, en una noche complicada, variada, con efectos digitales sin fin, auténtica clave de que la gala funcionase y los espectadores pudiesen aguantar cuatro horas de ir y venir, en auténtico desfile de moda, donde ellas lucieron marcas, firmas y diseños de alta costura, en una emulación hollywoodiense que no estuvo nada mal.

En un espectáculo tal, el control de tiempos de intervención para los agradecimientos de los galardonados es vital para evitar alargamientos, lentitudes y ritmos no deseados, pero ya se sabe lo del minuto de gloria que predicase Wharhol como patrimonio de todo ser humano, y eso se trasladó en más de cuarenta ocasiones al escenario y resultó que cualquier premiado tenía tía en Lugo, primo en Canadá o sobrina en Australia, y así terminamos conociendo pompa y circunstancias de las familia agradecidas. Difícil encontrarle solución abreviada a las intervenciones de los felicianos de la noche. Momentos especiales de la gala como el encuentro de Banderas y Almodóvar, o las hijas de Marisol recogiendo el galardón a toda una vida de la niña prodigio del cine hispano mantuvieron la emoción del desfile de personajes de la farándula en su festiva noche. Felicidades a la Academia; esta vez todo salió redondo con la artística presencia de Jamie Cullum, Amaia Romero y Chorus Line, con su espléndido remate final.