ecía Reg Revans que "para sobrevivir, una persona y/o organización tiene que aprender, al menos, con la misma rapidez con la que cambia el entorno". A día de hoy, y viendo el percal de cara al futuro, el horizonte temporal de la carrera profesional de una persona está en torno a los 40/50 años. En lo que respecta al estado del saber en cualquier disciplina que se precie, se estima que el conocimiento de todo ámbito, habiendo variedades en función de la disciplina, queda obsoleto en un periodo comprendido entre dos y siete años. Para muestra un botón: Algunos de los diez trabajos más demandados en la actualidad en la red profesional con mayor alcance (LinkedIn) no existían una década antes, léase desarrollador/a de IOS/Android, diseñador/a de experiencias de usuario, responsable de Cloud, arquitecto/a de Big Data, etc.

Es cierto que el propio trabajo diario es un ámbito en el que se aprende, aunque no lo es menos que difiere bastante en función de cada puesto. En multitud de casos, no es descabellado reconocer que diez años de experiencia suponen, en verdad, dos años reales de aprendizaje replicados cinco veces a base de hacer exactamente lo mismo.

Dicho esto, y si en un periodo tan corto el conocimiento se vuelve obsoleto, parece razonable pensar que lo que será más conveniente valorar en un/a profesional ya no será tanto su experiencia ni lo que sabe (que también, obviamente), sino su capacidad de aprendizaje y adaptación.

De este hecho deriva que, en lo que respecta a empresas a nivel interno e instituciones públicas en cuanto a políticas y apoyos, si aún no lo han hecho, requieran replantear y promover un impulso a la hora de gestionar las carreras profesionales de las personas. Entre otras cuestiones, proveyendo de oportunidades continuadas de aprendizaje y desarrollo a las mismas como nunca antes se han realizado. A este respecto, conviene no obviar el detalle de que, en lo que respecta a personas adultas con necesidad de experiencias de aprendizaje, la población activa es un porcentaje de la población mucho más sustancial que la de los jóvenes de 18 a 24 años. De ahí que la necesidad de incrementar una apuesta que facilite transiciones profesionales a las personas para que, de forma paralela, puedan combinar el aprendizaje de nuevas competencias con el trabajo en activo, sea más que necesaria.

Más allá de la apuesta requerida por parte de instituciones públicas y privadas, convendría incorporar otros dos elementos a la ecuación. En primer lugar, el compromiso personal indivisible de todo/a profesional para comprometerse individualmente con la necesidad de una formación y aprendizaje continuado a lo largo de la carrera profesional.

Desgranar el compromiso personal daría para largo, y quien escribe estas líneas está lejos de ser especialista en el tema.

Sin embargo, destacaría la motivación, el entusiasmo y la disciplina. La disciplina es lo que permite que el entusiasmo no sea un fuego de artificio pasajero, sino que se pueda calibrar. Pero sin un reto personal motivador, difícilmente orientaremos esfuerzos para salir de lo que se define como "zona de confort".

En segundo lugar, destacar la necesidad de cambio que requieren las instituciones que proveen de experiencias de aprendizaje a las personas en sus planteamientos. A este respecto, el panorama del sector está sufriendo cambios sustanciales, dando lugar al nacimiento de actores de diverso tipo. Desde plataformas como Netflix donde se ofrecen todo tipo de cursos, empresas que se dedican a proveer de contenidos a estas plataformas, otras centradas en diseñar experiencias y/o certificados para sí mismas o para terceras.

A ello hay que sumar la de proveedores de experiencias vivenciales de aprendizaje más allá del aula. Certificadoras de aprendizaje que habilitan a estudiantes, a través del desarrollo de actividades curriculares, prácticas y experiencias, ir obteniendo credenciales que certifiquen a las organizaciones empleadoras que la persona ha adquirido determinadas competencias.

Más allá de los cambios que se están dando en el sector, resulta evidente que, aprovechando las posibilidades de la tecnología aunque sin obsesionarnos con ella, hay mucho que trabajar en el diseño de experiencias para que las personas puedan adquirir nuevas competencias profesionales. El reto está en combinar opciones ya contrastadas con tecnología digital y con el aprender haciendo, y en proveer de experiencias de aprendizaje que se adapten en secuencias, tiempos y necesidades a las circunstancias de cada persona.

Total, que por una parte está bien recalcar la apuesta que las empresas e instituciones deben realizar en las personas, pero tan o más importante es la responsabilidad de cada uno de nosotros/as en el compromiso por evitar nuestra obsolescencia. No quedarse obsoleto/a en el ámbito laboral resultará, necesariamente, estar aprendiendo en mayor medida de lo que nos permite estar trabajando el día a día, al menos, cada cinco años. Hay que ponerse las pilas.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia