tener una idea certera de lo que las personas hacen o de la trazabilidad de productos y servicios ha sido un reto laborioso y caro a lo largo de la historia. Sin embargo, sensores diminutos con un costo de céntimos están haciendo que la captura de información y los parámetros de recogida de datos sean fáciles, resultando en que el abaratamiento de la sensórica ha hecho de la tecnología para el tracking (rastreo y seguimiento electrónico) una marea imparable con implicaciones a todos los niveles. Ahora podemos medir y parametrizar nuestra dieta, el deporte que hacemos, cuánto y cómo dormimos, nuestro estado de ánimo/humor, factores de nuestra sangre, nuestra localización, etc. en unidades cuantificables y parametrizables.

La verdad es que todo lo que se puede medir (lo imaginable y lo que no) alguien está comenzando a medirlo en alguna parte del mundo. La sensórica posibilita registrar lo que vemos y oímos, nuestro rastro en Internet queda grabado, la música que escuchamos, los libros y artículos que leemos, así como los lugares que visitamos.

Todo parece indicar que en las próximas décadas prácticamente cualquier objeto, componente o cacharro manufacturado contendrá un hilo de silicona, pegatina o sensor conectado a Internet, dando la posibilidad de poder rastrear cómo se está utilizando, y con mucha precisión. Para el año que viene se estima que se fabriquen alrededor de unos 54 billones de sensores, con múltiples ámbitos de aplicación.

En lo que respecta al de la salud, imagine que todos los días y en distintos momentos sensores miden y graban su ritmo cardíaco, presión arterial, temperatura, glucosa, patrones de sueño, humor, funciones cerebrales, etc. Centenares de datos de cada uno de los parámetros a lo largo del tiempo, captando evidencias e indicadores sobre cuándo estamos estresados, enfermos, en invierno, verano, de vacaciones, etc. A día de hoy, la cantidad de nuevas empresas desarrollando aplicaciones y soluciones que convierten esta captura de datos en analíticas de forma instantánea y periódica está en constante aumento. Parece razonable pensar que los cambios que estas soluciones van a generar en la gestión sanitaria se orientarán en el diseño de tratamientos personalizados, para dispensadores de máquinas que orienten las dosis de las medicina exactamente en la cuantía en la que cada persona necesita, adaptando el tratamiento en un mismo día si la dosis de la mañana mantiene el efecto deseado, o modificándolo.

En otros campos, se estima que en los próximos cinco años 34 billones de aparatos con sensórica comenzarán a aportar datos a la nube desde coches, tráfico rodado, paquetería, teléfonos, cámaras, componentes de máquinas, herramientas y utillajes, todo el mundo de los wearables de ropas o complementos, o directamente en cualquier tipo de espacio en el que estemos. En Internet, el reconocimiento de caras que utiliza Facebook y Google en las fotos, sumado a que se sabe dónde se ha tomado cada imagen, pues eso. El rastro que deja nuestra navegación por Internet a través de las cookies, la posibilidad que las redes sociales dan de identificar a todos nuestros familiares, amigos, y amigos de nuestros amigos hacen que se pueda saber más de nosotros que lo que uno sabe de sí mismo. ¿Seguimos? Las búsquedas que hacemos por Internet están parametrizadas y guardadas, se sabe qué películas y series nos gustan (las que vemos en Netflix o escuchamos en Spotify), con qué cadencia y a qué hora. Todo.

El cambio a la hora de concebir la industria, medicina y todo tipo de productos, servicios y negocios va a ser terrible. Y visto lo visto, diría que está cambiando el propio comportamiento de las personas.

Ver el impulso que las personas tienen de compartir todo lo que hacen por la red sería inimaginable hace pocas décadas. Las ganas de enseñar lo que se hace, por comunicar, por compartir, por aparentar, por hábito, por tener que demostrar algo, o directamente por pura vanidad está dejando la privacidad a un lado, y de lado. Mientras que el anonimato es el caldo de cultivo para la irresponsabilidad, la transparencia y la exposición pública obliga a ser responsable, o acarrear con las consecuencias de no serlo.

La parte preocupante es que el mero hecho de imaginar el poder que puede tener una empresa, estado u organismo que sea capaz de integrar toda esta información sobre una persona debería ponernos en solfa. Tendríamos algo casi peor al Gran Hermano. Y sin embargo, en la actualidad es técnicamente fácil poder hacerlo. En la medida en que la información es poder, las empresas y gobiernos lo van a coleccionar e integrar, porque Internet es la mayor máquina de rastreo jamás creada, y todo lo que se hace y toca en la red puede y será rastreado.

No nos gusta que nos controlen. Sin embargo, obtener los beneficios de la red nos hace dejar rastros por todos los lados. Por de pronto, el vergonzoso decretazo digital recién aprobado en Madrid que da potestad al Gobierno para intervenir Internet bajo la excusa de un concepto tan ambiguo, interpretable o infantil como desórdenes públicos demuestra a mi juicio tres cosas: Primero, un desconocimiento total y absurdo de la era en la que estamos. Segundo, un esfuerzo estúpido de intentar poner barreras al mar con un enfoque más propio de estados predemocráticos. Y tercero, una conculcación de derechos individuales aparejada con una orientación de diluir la separación de poderes en aspectos tan esenciales como es la libertad de expresión, entre otros. Menuda papeleta.