a medida que pasan los años cada vez recelo más de las ideologías. Definidas como un conjunto de ideas que caracterizan a una persona, grupo o colectivo, es cierto que ayudan a dar un sentido de la concepción de lo que ocurre, pero a menudo hacen más mal que bien cuando terminan funcionando como una verdad revelada, o cuando pensamos que lo que pudo tener éxito y dan cuerpo a esas ideas en un contexto determinado va a tenerlo en otro distinto.

¿Cuándo y cómo sabemos si una iniciativa, política o actuación ha resultado verdaderamente efectiva? ¿O que no obtiene resultados contraproducentes a los deseados? El pasado mes se ha concedido el novel de economía a Esther Duflo, Abhijit, Banerjee y Michael Kremer, investigadores del MIT (fundadores del laboratorio de lucha contra la pobreza) y Harvard respectivamente, por “su enfoque experimental para aliviar la pobreza mundial”.

Bueno, y ¿por qué les han dado el Nobel? Básicamente por un monumental trabajo de aplicar y hacer útiles metodologías de investigación y experimentación científica utilizándolas para analizar cuanto de efectivas terminan siendo las políticas e iniciativas para combatir la pobreza.

A lo largo del siglo XX la investigación en el campo de la Medicina ha sido consustancial a las pruebas aleatorias orientadas a distintos grupos de control. Éstas han permitido distinguir qué medicamentos funcionan, cuales no van más allá de un efecto placebo, o cuales tienen un impacto o consecuencias directamente negativas. Pues bien, las tres personas premiadas han ido aplicando este método de intervención en trabajo de campo con carácter sistemático, pero orientando al análisis de la utilidad de políticas sociales.

En este sentido, la propia Esther (segunda mujer en obtener el Nobel y la persona más joven) afirmaba que “Si no sabemos si estamos haciendo algún bien, no somos mejores que los médicos medievales y sus sanguijuelas. A veces el paciente mejora, a veces el paciente muere. ¿Son las sanguijuelas? ¿Es algo diferente? No lo sabemos”. Y es por ello que la investigación rigurosa se torna de una importancia capital.

En las últimas dos décadas las tres personas premiadas han analizado el éxito de campañas de lucha contra el hambre o mejora de la salud a distintos niveles y en países / zonas con niveles de pobreza relevantes. En vez de centrarse en iniciativas de amplio espectro, han optado por testar y medir otras de pequeño alcance, desarrollando una habilidad única para entender los colectivos destinatarios de las mismas y cómo estas personas toman las decisiones, qué reglas e incentivos están detrás de sus acciones, etc.

De sus trabajos se deriva la creación de organizaciones como De-worm the world (desparasita el mundo) que tiene acción directa en políticas de desparasitación en Kenia e India, programas educativos de recuperación de personas con problemas -iniciativas que están en ciernes de convertirse en políticas de carácter internacional-, el diseño de mecanismos de incentivos para que el desarrollo de vacunas contra el sida, recomendaciones de desgravación fiscal para colectivos de renta baja en EEUU que ya se han incorporado en el presupuesto federal, o desmitificar que la ratio de alumnos por profesor/a como causa de bajo rendimiento escolar, entre otros.

A día de hoy el laboratorio de lucha contra la pobreza del que los premiados forman parte ha colaborado en la realización de 619 experimentos en 62 países y ha formado a 6,643 personas en la evaluación de políticas públicas.

En un mundo donde a la hora de explicar los fenómenos confundimos demasiado fácil la correlación con la causalidad, toda persona responsable de impulsar iniciativas -sea en el ámbito empresarial, social o político- necesita tener respuestas rigurosas a preguntas como: ¿De todas las cosas que podría hacer, cuál me podría ayudar a alcanzar mis objetivos? La investigación en el ámbito técnico consiste en experimentar, probar y ajustar la forma más adecuada, económica o técnicamente factible de hacer algo. ¿Por qué no con el resto de políticas e iniciativas sociales y/o empresariales?

Es por ello que uno de los aprendizajes derivados del trabajo de este brillante trío de investigadores es la necesidad de someter las iniciativas en el ámbito social, económico y/o empresarial al mismo nivel de rigurosidad de las pruebas científicas que usamos para evaluar los medicamentos, y así tener más criterio a la hora de valorar qué funciona, qué no, y por qué.

Quizás estos enfoques nos ayuden a evitar esta coyuntura corrosiva de populismo, simpleza de diagnóstico, ideología con frases manidas de cuatro duros, buenismo y/o grandilocuencia de discursos (en realidad vacíos) introduciendo indicadores de verificación del impacto de las iniciativas, y adaptándolas a la realidad del público objetivo. Ojalá tuvieran la mitad de trascendencia que el último idilio de Gran Hermano o la siguiente “exclusiva” del Sálvame.Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia