Hace poco le leí a un monologuista muy gracioso comentar que él piensa que es estrictamente necesario que se cree, se fomente y se extienda por la nuestra sociedad la figura del desmotivador. De igual manera que pisas un charco y te saltan tres coaches, dos mejoradores del rendimiento, entrenadores personales, psicólogos y una docena de budistas expertos en dietética paleolítica, tendría que haber un desmotivador: ¿pa qué vas a ir?; Yo me lo pensaría mejor; Total, no te va a servir de nada; Vas a ver que si te metes una hostia Y no solo ya encarnando esta figura del amigo amargado que enseguida es un jode planes o que parece que ha nacido para buscarle el lado negativo a cada cosa, no, no, eso es fácil: con argumentos sólidos y una amplia psicología detrás, la de quien sabe que pasarse de ilusión o hacerlo en el ámbito equivocado puede resultar tan peligroso o más que no generarla. Y muy pesao pal resto. Porque qué duda cabe que estamos asistiendo a un renacer de los retos personales, la mejora interna y todo este run run de "hay que vivir el momento" que la pandemia y su tostón han hecho salir a la luz de manera pornográficamente clara. Ante eso, que alguien te baje los humos un poco y te diga unas cuantas cosas serias no está de más: ¿triatlón con 48 años? En un mes te vas a quedar sin rodillas. Además de que, chaval, las mejoras a tus años son casi ridículas, te va a generar mucha más ansiedad e insatisfacción que otra cosa. Prueba a andar rápido. Y contento. Por no hablar de las ilusiones intelectuales: ¿que vas a escribir un libro? ¿Y de qué vas a hablar, del color del hule de la mesa de la cocina de tu abuela u otro puto libro histórico del siglo XIII con archiduques y reinas y su puta madre? ¿Por qué, qué te ha hecho el mundo? Cojones, lee, hay miles de obras maestras pa leer. Cosas así. ¿Vas a hacer el Camino de Santiago? Vale, pero sigue por el mar.