Una de las cosas más habituales que suceden cuando escribes en medios y, por ejemplo, un día lo haces de ETA es que tarda un segundo alguien en recordarte que por qué no mencionas el terrorismo de Estado, la guerra sucia, la tortura. Si otro día escribes de eso, pasa al revés. Al parecer, un hecho deleznable no puede ser mencionado sin mencionar otros hechos deleznables paralelos o coetáneos o cercanos geográficamente. Te imponen casi la obligación de mencionar ambas cosas. Y muchas veces, caes, aunque no debieras. Y condenas ambos hechos y los deploras, ahora y antes, y los rechazas y para cuando ya has hecho todo eso se te ha ido la mitad de la columna sin decir nada que no se sepa ya, o que al menos no sepan quienes te llevan leyendo unos años. Quizá sea bueno pedir eso a quien siempre se manifiesta en el mismo sentido, aunque normalmente esos jamás aunque quizá algún día alguno lo haga pase la frontera, básicamente porque no lo sienten así o porque si lo sienten creen que hacerlo público les resta más que les suma. Así funciona esto. Quería llegar aquí para, sencillamente, mostrar de nuevo mi total desprecio a un sistema que te despierta de tu cama una madrugada, te saca de tu casa, te lleva a un cuartel, te tortura incesantemente, te mata, tortura psicológicamente a tu familia y a un pueblo, a miles de personas, oculta los hechos, miente, degrada, tapa y delinque con total impunidad, te ningunea y 35 años más tarde sigue sin ser capaz de dar respuestas éticas y jurídicas a eso, con Marlaska haciendo de Barrionuevo. Esta es, en ese aspecto, la gran diferencia que separa unos crímenes deleznables de otros: la impunidad. La impunidad no ya de crímenes sin resolver, que es una enorme pena, sino de crímenes sin investigar, que además de una pena es una vergüenza. Luego diles a determinadas personas y generaciones lo del estado de derecho y todo eso. Já.