En mitad de semejante drama, en el que ni siquiera se puede despedir a las personas con ternura quizá esto nos haga entender algo más a quienes tienen a sus mayores en las cunetas, a quienes exigen aclaración para los crímenes de ETA, a quienes exigen lo mismo para sus seres asesinados por gobiernos y grupos parapoliciales, en el que las cifras tan altas llevan detrás una historia individual tan valiosa en sí misma, hay un aspecto que también se da: las muertes que hace dos meses nos hubiesen sobrecogido, hoy ya no lo hacen tanto. En general, como sociedad, cuando muere alguien destacado, que ha brillado en su campo y que nos ha hecho mejores y más felices, impacta más. Es la lógica. Estos días, en cambio, apenas hay tiempo para decir adiós, dar las gracias y seguir. Es lo normal, por otra parte, pero es como si la muerte hubiese perdido estos días y semanas esa parte de homenaje que traía antes, algo que reconfortaba cuando se trataba de nuestros seres queridos y que también solía ser de agradecer con las figuras públicas. Ayer murió Aute, un compositor y cantante a la altura de los más grandes y ya muy enfermo hace bastante tiempo, y el impacto de dicha noticia, aún impactando, es muchísimo menor. Morirse en estas semanas ha perdido esa parte de shock y con perdón de glamour, pero cuando todo esto pase que pasará todo ese dolor va a haber que sacarlo de algún modo, ese dolor que sufren cientos de miles de personas sin apenas abrazos de sus seres queridos, amigos, conocidos. Estamos hechos para darnos cariño, por mucho que brille más lo contrario. Cariño, apoyo, ánimos, comprensión, para ofrecer un hombro y una palabra y una sonrisa y compañía. Todo eso está reducido durante todo este tiempo a la mínima expresión, mientras la pelea se libra en los hospitales y en las ventanas y balcones se intenta engañar un rato a la realidad. Que pase esto rápido.