Una de las frustraciones que me llevaré a la tumba me fascina esa gente que ni tiene frustraciones ni se arrepiente de nada, esas supuestas vidas sacadas de una historia de Los Hollister es la de no ser conspiranoico. No es que no quiera, qué va, me encantaría, porque anda y que no tiene que ser entretenido ser conspiranoico y andar cada semana elucubrando versiones alternativas a las oficiales y todo eso del secretismo y las fuerzas ocultas y los espías. Buah, te cagas. Pero a mí no me da. No digo que estén esas gentes equivocadas, ojo, seguro que hay muchas cosas que parecen una cosa y son otra, pero el tema es que yo soy de pensamientos muy simples y creo que no tengo capacidad para atar tantísimos cabos como para creer en que todo a nivel de política mundial son conspiraciones o que Dios existe o que hay ovnis o yo qué sé. Yo voy a lo fácil: no hay nada de eso y punto. No es elaborado, cuidao, creo que es pura defensa personal, pienso que mi cerebro se conoce a sí mismo lo suficientemente bien como para apartar él solito todas esas cuestiones para que no acabe tarao. No digo que quien crea en Dios, en las conspiraciones permanentes o en los ovnis esté tarao, aunque haberlos haylos, sino que en mi caso acabaría tarao. Ahora, lo del coronavirus, ya dicen que dicen los rusos llevo oyendo historias de rusos desde el 78 que ha sido cosa de Trump para hundir a China. Y a mí me encantaría sumergirme en todas esas ingentes cantidades de información que se han generado al respecto, pero acabaría desconfiando de la propia versión alternativa a la oficial y así sin parar hasta acabar en una buhardilla con una vela y el jersey lleno de agujeros leyendo legajos. ¿No creen? ¿Es la buena la versión oficial? Ni puta idea, pero te quita todo ese trabajo de desconfiar. Porque desconfiar es un trabajo, no te deja un minuto tranquilo, siempre alerta. Y trabajar es malo.