supongo que recuerdan la polémica que se montó en primavera cuando un escalador mostró una foto de decenas -centenares en total ese día de montañeros con bombonas de oxígeno y atados a una cuerda fija que va hasta la cumbre- aguardando su turno para llegar a la cima del Everest, una especie de hacinamiento a 8.800 metros de altura que quitaba a la montaña más alta del planeta todo su halo misterioso. Bien, eso no sucederá jamás. Pasa alguna vez al año, un par o tres de días concretos de mayo, cuando las condiciones más perfectas permiten a las expediciones comerciales subir a sus turistas deportivos hasta ahí arriba, pero el Everest es el Everest 365 días al año y 366 este. Tiene su Valle del Silencio, su cara del Lhotse, sus tres escalones por el Norte, la imponente cara Este, el Corredor Hornbein, la arista Norte, la ruta Messner, etc, etc. Y su eterna majestuosidad y esos 8.848 metros que son la medida perfecta para que los pulmones de los seres humanos más privilegiados se enfrenten a la altura sin oxígeno artificial. Si el Everest midiese 9.000 metros quizá nadie lo hubiese ascendido sin esa ayuda y si midiese 8.600 serían muchos más de los menos de 200 que lo han logrado. Hoy, a estas horas, hay un tipo en el Everest. Le acompañan dos cocineros y un fotógrafo, pero no hay nadie más en la montaña, a la espera de que en unas semanas lleguen Alex Txikon y su equipo. Pero, ahora mismo, el alemán de 27 años Jost Kobusch está solo, explorando el Pilar Oeste, en mitad del invierno, con temperaturas de más de 20 bajo cero todo el día y sensaciones térmicas inferiores. Kobusch intenta, como hará Txikon, convertirse en la primera persona en subir al Everest en invierno sin oxígeno artificial y, en su caso además, en solitario. El escenario es abrumadoramente hermoso, el reto descomunal y el Everest un coloso mágico, pase lo que pase un par de días de primavera. l