Lo normal es que los últimos meses de legislatura sean complicados para un gobierno de coalición. La proximidad de los comicios hace que cada socio político quiera marcar perfil, lo que hace aflorar entre ellos diferencias obviadas en los meses anteriores. No está muy claro que Nafarroa vaya a cumplir esta regla. Salvo casos muy puntuales, el Gobierno de María Chivite ha transmitido de puertas afuera una estabilidad a prueba de bomba, aunque luego, dentro, las aguas quizás no bajaran siempre tan calmadas. La presidenta y su partido alguna porción de mérito tendrán en este buen rollo al menos aparente, pero más parece que han sido sus aliados de legislatura, Geroa Bai y Podemos, los que más concesiones han hecho para que el experimento funcionase. No es fácil convivir con una pareja que sabes que a la primera de cambio te puede dejar plantada para irse con el otro o la otra. Aunque sea por curiosidad morbosa, me gustaría saber cuántas veces, a lo largo de estos cuatro años, han llegado los socialistas navarros a verbalizar la amenaza de hacer un match con Esparza. Igual con amagar les ha bastado.

Como Nafarroa es diferente, donde sí se están tirando de los pelos es en la oposición. Las rupturas pueden ser amistosas o no. De hecho, algunas son muy inamistosas, tal como le está ocurriendo a Navarra Suma. En los pocos días transcurridos desde que UPN diera por finiquitado el invento las relaciones entre la fuerza mayoritaria de la coalición y sus otros dos integrantes (PP y Ciudadanos) se han convertido en una riña de gatos que va a más.

Ya hay quien teme que la bronca pueda acabar afectando al propio grupo parlamentario y a más de un gobierno municipal.

Si el intercambio de navajazos es así en enero, no sé qué será en mayo, cuando estemos sacando brillo a las urnas y los buzones se llenen de propaganda electoral.