Me equivoqué twitter.com/maximhuerta
Esta columna ayer se publicó caducada: insistía a la hora a la que la envié en que Màxim Huerta no tenía que dimitir, y el ministro entregó su cartera por la tarde. Estaba claro que me equivoqué: el escritor ha decidido poner bien alto el listón de la honorabilidad y ejemplaridad de un político. Se pasó de listo (full-equip: en vez de hacerse autónomo, creó una sociedad para desgravar hasta la casa de la playa), y después cumplió obligado con Hacienda y la Justicia, pero una ética cada vez más estética le ha obligado a decir adiós antes de empezar. Si usted quiere ser ministro, sea antes santo.
Todos por el mismo rasero twitter.com/HermanosPelaez
Acertaba quien hacía en Twitter este análisis: a un ministro de Cultura que no conoce casi nadie (José Guirao) le cuestionamos menos que a uno que reconozcamos. No es cierto que queramos que cualquiera pueda ser ministro porque preferimos a políticos de carrera a los que el gran público conoce lo justo. Lo de Huerta no era ético, venga, lo acepto. Acepten mis dudas: ¿Es más ético lo de algunos partidos que tienen entre sus representantes, cargos y candidatos a expresos por pertenencia o colaboración con banda armada? ¿Vale con cumplir o no hay que cometer?
Morro para exportar twitter.com/Pablo_Iglesias_
El asunto de Màxim Huerta también ha sido útil para detectar a los políticos que tienen morro para exportar, empezando por los que siempre lo han exhibido: Pablo Iglesias arrimaba el ascua a su sardina en Twitter y apelaba al poder transformador de “la gente” que, como saben, es como Podemos dice “los que nos votan, el resto son pesebreros”. No solo Iglesias: Monedero aseguraba también en Twitter que él, que hizo la misma trampa, estaba redimido porque había entendido el engaño. Y Echenique, el del fraude a la Seguridad Social, se anotaba también el tanto de la dimisión desde su cargo interno.