El reciente informe del Consejo de la Juventud de España, elaborado a instancias del de Euskadi, sobre la emigración de nuestros jóvenes al extranjero por la falta de oportunidades laborales, ha puesto de relieve las importantes consecuencias negativas que esta situación puede tener en nuestro tejido económico, social y demográfico más allá del coste de los 4.400 millones de euros que puede suponer prescindir de este talento por la falta de retorno de la inversión que en educación y formación se ha realizado.
Ante el baile de cifras existente por las dificultades de precisar el número de jóvenes vascos que han tenido que abandonar Euskadi para trabajar en el extranjero o en el Estado, no importa tanto que sean 10.000 los emigrantes que han tenido que hacer las maletas para poder llevar a cabo su proyecto de vida o 17.000 que eran los que cruzaron las fronteras en 2012 en una progresión ascendente según el Observatorio para el Desarrollo Socioeconómico de Euskal Herria, Gaindegia, sino establecer las causas de este fenómeno que tiene que ver con que la capacitación profesional es superior a la demanda del mercado y a una oferta de empleo precaria que impide sacar adelante un proyecto vital.
El problema no es tanto el número de jóvenes que se han ido al extranjero y que forma parte de esa movilidad juvenil que desde hace dos décadas existe en Europa vinculada a la formación y a la captación de experiencia laboral pensando en un futuro regreso, sino en aquellos especializados en tecnologías avanzadas dentro de la estrategia de fomento en Euskadi de un modelo basado en la ciencia y la tecnología que el mercado de trabajo no ha podido absorber por efecto de la crisis y las reducciones de la inversión de las empresas en I+D+i.
Es decir, ha habido una sobrecualificación profesional respondiendo al esfuerzo innovador que se estaba impulsando en Euskadi lo que ha originado un excedente laboral por su falta de encaje en el tejido productivo vasco, debido a que las empresas estaban más preocupadas por resolver sus problemas de circulante y tesorería que de innovar en productos.
Se trata de una pérdida cualitativa porque esos jóvenes bien formados e inmersos en proyectos de investigación en los países de acogida no van a regresar ante las escasas perspectivas de trabajo que se les ofrece aquí, con lo que los efectos negativos de la ausencia de este conocimiento tan valioso para nuestra industria se notará en los próximos diez años.
El coordinador del Observatorio para el Desarrollo Socioeconómico de Euskal Herria, Gaindegia, Imanol Esnaola, cree necesario poner en marcha “un proyecto económico de país que acierte a conjugar el empleo con la calidad y su relación con la industria que, al final es la que en nuestro caso, genera las dinámicas estructurales de desarrollo económico y social”.
En este sentido, el reto que se impone es la necesidad de crear un ecosistema de empleos industriales que respondan a las necesidades de un mundo cada vez más globalizado con pequeñas unidades y vinculado a la industria avanzada que pueda ser aprovechado por nuestras pymes que, como hemos visto con la crisis, presentan problemas de capacidad de desarrollo innovador a nada que se produzca cualquier contingencia negativa en los mercados.
Esa es una cuestión que parece que es prioritaria si tenemos en cuenta que el empleo que se está creando está muy relacionado con la terciarización de la economía y una precarización y temporalidad del empleo que no termina de desaparecer a juzgar por los últimos datos dados a conocer por el Consejo de Relaciones Laborales (CRL) que señala que más de la mitad de los contratos realizados en el primer semestre de este año en la CAV tuvieron una duración igual o inferior al mes.
El hecho de que el paro juvenil sea del 45% en la CAV, más del doble del de los países de la Zona Euro que es del 22,3% y cuatro puntos menos que el de España con una tasa del 49,6%, pone de relieve la necesidad de implementar desde las instituciones públicas, en colaboración estrecha con las empresas y las universidades y centros de formación, políticas que traten de paliar una situación que está generando la emigración de los mejores talentos, el desarrollo de un empleo refugio en actividades que no encajan para nada con la formación en la que se ha invertido tiempo y recursos y la frustración de una generación que va a vivir peor que sus padres y con grandes dificultades para desarrollar su proyecto vital.
Ante la escasez de opciones para trabajar, los jóvenes vascos han optado por alargar su periodo de aprendizaje. Así, la tasa de actividad de los jóvenes entre los 15 y 24 años se queda en un 29,4% que está a años luz del 60% de la población de esa edad que se encuentra activa en Escocia o del 61% de Dinamarca, por no hablar del 50% del caso de Alemania.
Y eso que todavía existe la creencia de que la posesión de un título universitario o de formación profesional de segundo grado facilita el camino para encontrar un trabajo. La tozuda realidad está indicando todo lo contrario, por lo que se impone la necesidad de una mayor simbiosis de la universidad y los centros de formación con el tejido económico para poder ofrecer carreras que respondan a una demanda real del mercado de trabajo.
Hay que romper con la idea de algunos centros que tienen una vocación generalista y ofertan una panoplia de carreras que, en algunos casos poco tienen que ver con la realidad del entorno al que sirven, por lo que se debe vincular la oferta académica a las exigencias del mercado y evitar de este modo que algunas universidades puedan convertirse en fábricas de parados.
Y las perspectivas a futuro no son nada halagüeñas porque a pesar de que la economía vasca está creciendo un 2,7%, según ha revelado el Eustat, en lo que llevamos de año y las empresas están invirtiendo en equipos y maquinaria después de siete años de falta de renovación y de preocuparse por el circulante, el empleo no está creciendo en los términos que debería de hacerlo a partir de esos incrementos del PIB.
Y todo ello es porque, a pesar de que los datos positivos que, incluso, modifican al alza las previsiones, reina una cierta incertidumbre que tiene que ver con la influencia de factores exógenos como el comportamiento futuro del precio del petróleo, la paridad del euro respecto al dólar y el estancamiento de los mercados de los países emergentes que van a provocar que las curvas de crecimiento y de descenso de la economía sean cada vez más próximas en el tiempo con unas oscilaciones de subida muy cortas que nada se van a asemejar con los incrementos que se registraban antes de la crisis.
En un escenario con unas fluctuaciones de los parámetros de crecimiento más cortas en intensidad y tiempo sin llegar a las tasas registradas con anterioridad a la crisis y con la creación de unas nuevas empresas cuyo tamaño no será igual del que hemos conocido hasta ahora, no parece que el empleo juvenil salga bien parado por lo que es necesario poner en marcha políticas activas de empleabilidad en este sector de la población que de algún modo pongan freno a esa fuga de talentos que va a tener un coste de 4.400 millones de euros a las arcas públicas vascas en los próximos diez años.
No es poner en marcha políticas activas de empleo, cuyo marco está delimitado por la reforma laboral con lo que se va a enquistar todavía más la precarización del trabajo en los jóvenes, sino tratar de crear un corpus legislativo en el Parlamento Vasco que ponga la retención de los jóvenes y la fuga de talentos al exterior como objetivo prioritario para garantizar la Euskadi del futuro. l