Hace unos días comentando la salida a Bolsa de Euskaltel un empresario ponía de relieve la falta de estrategia de visión de país que se está notando desde hace tiempo a la hora de proyectar un modelo de Euskadi con garantías de futuro y potencialidad económica y empresarial. Al igual que hace 20 años lo fue la operadora vasca de telecomunicaciones, cuya constitución respondía a las necesidades de autosuficiencia en todos los niveles que desde el Gobierno Vasco y el resto de las instituciones se proyectaba para tratar de evitar cualquier dependencia del Estado y asegurar la pervivencia de un tejido económico propio.

Euskaltel, una compañía que nació de un pacto político entre el PNV y el PP y que permitió que José María Aznar accediera a la Moncloa, al no contar con los votos necesarios para su investidura, fue fruto de aquella estrategia.

Era la Compañía Nacional Telefónica de Euskadi, en contraposición con su homónima española con la que este país demostraba al mundo su potencialidad económica e industrial, lo que hizo que, desde su nacimiento, fuera una empresa donde el componente emocional de país pesaba mucho más que otras variables de funcionamiento, ?sobre todo en sus comienzos?, que incluso se le perdonaban porque era “la nuestra”.

Esa identificación con lo vasco, ese reflejo del carácter emprendedor e innovador que desde siempre ha anidado en este país es lo que ha configurado el éxito de Euskaltel y de haber sido capaz de llegar 20 años después como operador integral, sobre todo en un sector tan cambiante y competitivo como el de las telecomunicaciones.

Por estas fechas la marca Euskaltel iba ligada a la de Euskadi cuando la marea naranja tomaba los puertos de los Pirineos y las ikurriñas animaban el paso de unos ciclistas que en su culotte llevaban inscrito la palabra Pays Basque dentro de la serpiente multicolor del Tour. Sospecho que ni para la Banca March, ni para George Soros, que son, entre otros, los nuevos accionistas de Euskaltel, este aspecto habrá sido determinante en su decisión de entrar en el capital de la operadora vasca. Por mucho que nos digan que Kutxabank con su paquete de control va a garantizar el arraigo de la compañía en Euskadi, ese componente emocional identificado con lo vasco empezó a desaparecer hace dos años y medio cuando el banco decidió vender sus acciones a fondos de inversión extranjeros. Una operación que se ha vuelto a repetir ahora con la salida a Bolsa.

Esa estrategia de visión de país es la que existió cuando el Gobierno Vasco optó por la gasificación del país y comenzó a abrir zanjas para instalar una red de distribución de esta energía que era más barata que el petróleo y garantizaba el suministro energético a través de las plantas regasificadoras de Bizkaia y la conexión con Francia. Aprovechando que el país se abría en canal se decidió aprovechar esas obras para instalar una tupida red de fibra óptica con lo que se ahorraba el coste y las molestias de tener que levantar nuevamente las calles para instalar esa infraestructura de gran valor y que luego fue vendida a Euskaltel.

Curiosamente esa red de fibra óptica pagada por todos los vascos ha sido la gran ventaja competitiva que tiene Euskaltel y, en última instancia, una de las causas de la alta valoración (1.202 millones de euros) que ha tenido en su salida a Bolsa.

Ese sentido de la visión de las necesidades del país, desde una perspectiva de conjunto y desde el espíritu de la previsión en un afán por adelantarse y ser los primeros, es lo que se está echando en falta en estos momentos. Estoy seguro que, a día de hoy, sería imposible poner en marcha una compañía de telecomunicaciones como Euskaltel, cuando en este país no existía ninguna experiencia en este campo, ni por supuesto que hubiera llegado hasta aquí superando las dificultades y trabas que le puso la Telefónica española para impedir su desarrollo y en un mercado tan competitivo como el de las telecomunicaciones.

Y esa falta de estrategia de país es la que ha provocado la ausencia de un músculo financiero que permita el desarrollo de nuestras empresas a la hora de poner en marcha procesos de internacionalización, de concentración empresarial para adquirir el tamaño necesario y competir en el exterior o para la inversión en nuevos equipos, sobre todo, en este momento de salida de la crisis donde nuestro tejido productivo se tiene que fortalecer para poder responder de la mejor manera posible al próximo ciclo depresivo de la economía.

El catedrático de Economía de la Universidad de Deusto y coordinador del Informe de Competitividad del País Vasco, Mikel Navarro, lo dijo claro en una entrevista publicada el pasado jueves en NOTICIAS DE GIPUZKOA: “No ha habido conciencia de la relevancia para Euskadi de tener un instrumento financiero de política industrial”. El profesor Navarro no solo se refería a Kutxabank y a los 22.439 millones de euros de patrimonio que cuentan las EPSV vascas, sino también la integración del sistema financiero en el desarrollo de unas estrategias que no deben partir de manera piramidal del Gobierno Vasco, sino que deben tener un carácter territorial en donde estén integradas las empresas, los centros de conocimiento y la sociedad civil.

En lo que se refiere al sistema financiero, Kutxabank es un agente importante y debe saber cuál es su misión y si esa tiene que ver con ser el banco de Euskadi, con todo lo que ello significa. Si su línea de actuación va a ser solo la de un banco comercial como las demás entidades que operan en el mercado, dejara de tener el protagonismo que le corresponde porque habrá perdido su valor referencial como entidad de país y, por lo tanto, elemento de competitividad. Y ese componente emocional que significa ser un banco de aquí con unos accionistas de titularidad pública que destinan parte de los dividendos a la Obra Social de cada territorio parece que choca con algunas prácticas que está desarrollando como es la de no colaborar en la financiación de aquellas empresas que han superado procesos concursales, a pesar de que la compañía que se ha hecho con los activos y ha puesto en marcha nuevamente la actividad industrial no tenga nada que ver con la quebrada y, por lo tanto, no hay ningún peligro de subrogación de deudas o reclamación por parte de acreedores institucionales.

Si ya es difícil poner en marcha una empresa en tiempos de bonanza, todavía mucho más es haberla sacado de la quiebra y volver a reiniciar la actividad en unos momentos de salida incipiente de la crisis. Supongo que el criterio con que Kutxabank actúa con estas pequeñas empresas a las que considera contaminadas por, en unos casos, haber sido capaces de superar un proceso concursal , y en otros, por haberse adjudicado los activos y reiniciar la actividad industrial, no habrá sido el mismo que el que ha podido tener con el grupo Cata cuando adquirió Fagor Electrodomésticos, hace justo un año.

La necesidad de contar con instrumentos financieros propios para afrontar las necesidades estructurales y de inversión que tienen nuestras empresas para afrontar de la mejor manera el futuro y ser competitivas en un mercado globalizado se antoja cada vez más como una urgencia inexorable. l