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Del rojo al verde

Del rojo al verde

debo decir que me ha dado mucha pena que el exdiputado general del territorio al oeste del Deba -léase Bizkaia-, José Luis Bilbao, no se haya presentado a la reelección porque hemos perdido alguna de sus ocurrencias, en su afán de rivalizar y competir con el territorio rojo del este que el pasado domingo cambió al verde, con lo que el mapa político de la CAV ha quedado uniforme en una sigla como es la del PNV.

El hecho de que su sucesor, Unai Rementeria, da muestras de ser un hombre más discreto y respetuoso que su antecesor y que su alter ego en Gipuzkoa sea un hombre de su partido como Markel Olano, hace prever que en la próxima legislatura las relaciones entre los dos territorios serán más respetuosas y no tengamos que sorprendernos con boutades del estilo de que llevar la producción de Edesa de Basauri a Bergara es una toda una deslocalización, lo que da una idea clara del modelo de país que tiene el autor de semejante idea.

Ahora que Gipuzkoa ha abandonado el rojo pare teñirse de verde me ha llamado la atención la ausencia en los análisis de los resultados electorales de la variable económica a la hora de explicar el vuelco electoral producido en el territorio el 24-M y cómo EH Bildu ha perdido bastiones que tradicionalmente han sido suyos, como es el caso de los grandes municipios de Debagoiena.

¡La economía, estúpido! Esta idea que sirvió a Bill Clinton para ganar las elecciones a Georges Bush padre en Estados Unidos al enfocar la campaña electoral sobre aquellas cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas, es la que ha sido determinante para bascular en Gipuzkoa el resultado hacia el PNV, sin menospreciar otras cuestiones de gran carga social como el puerta a puerta de las basuras.

La crisis está siendo determinante en el comportamiento de los ciudadanos por los efectos negativos tan importantes que está teniendo en su día a día, en su bienestar y en su futuro, con lo que ante una situación de desasosiego e incertidumbre, las utopías quedan para mejor vida y lo que importa es la resolución de los problemas o, por lo menos, tratar de minimizarlos.

Por eso sorprende la lectura que hace el presidente de Sortu, Hasier Arraiz, al justificar que la pérdida de votos que ha tenido la coalición EH Bildu en Gipuzkoa se debe a que han querido imprimir una determinada velocidad en la implementación de sus políticas, que ha sido más rápida de lo que la ciudadanía estaba dispuesta a admitir y aceptar.

Parecido argumento fue el que utilizó Aznar tras el fracaso de la alianza PP-PSOE con Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros a la cabeza en las elecciones al Parlamento Vasco de 2001. “La sociedad vasca no está madura para el cambio”, dijo un enojado Aznar en el primer fracaso de la estrategia fraguada en Madrid para cambiar Euskadi.

Arraiz debería de haber dicho que EH Bildu ha perdido los ayuntamientos de Arrasate y Bergara, y con ello la Diputación Foral de Gipuzkoa, porque con su política fiscal recaudatoria tocaron a lo más sensible de la comarca de Debagoiena como es el cooperativismo, en donde se nutre una gran parte de sus votantes. Como elefante en cacharrería, la Hacienda foral pidió a mediados de 2012 a las cooperativas los rendimientos de las aportaciones de los socios cooperativistas jubilados entre los años 2008 y 2011, que hasta entonces no tributaban porque nadie había planteado esta cuestión al tratarse de empresas de economía social y, por lo tanto, esas plusvalías no se conceptuaban como los dividendos de una sociedad mercantil.

La broma de EH Bildu contra una parte importante de sus electores es que alrededor de unos 1.500 cooperativistas jubilados tuvieron que regularizar con carácter retroactivo los beneficios obtenidos por sus años de trabajo y debieron pagar cantidades que iban de los 700 euros, en el caso de las cooperativas con peores resultados, a los 50.000 euros en aquellas empresas que históricamente han tenido un mejor comportamiento, so pena de aplicar recargos por fraude fiscal e intereses de demora.

Esa arrogancia y soberbia, a la que ha hecho alusión Arraiz en la autocrítica por los malos resultados de EH Bildu, es la que se ha visto en la ausencia por obra u omisión de la Diputación de Gipuzkoa en toda la quiebra de Fagor Electrodomésticos, que ha sido el elemento catártico en Debagoiena, al romper todos los esquemas y diseños hasta entonces instaurados, bajo el argumento de que la competencia en cierres de empresa y reindustrialización son del Gobierno Vasco.

Sin embargo, el mismo argumento dejó de valer cuando EH Bildu vio en el cierre de Candy de Bergara una oportunidad política para tratar de volver a colocar en la alcaldía a la jefa del gabinete del diputado general, Agurne Barruso. Sin encomendarse a Dios, ni al diablo, ella misma se consideró autosuficiente para que las instalaciones de Candy en Bergara recuperaran la actividad con otro negocio. A día de hoy, el resultado es que Candy se ha ido de rositas, ha conseguido su objetivo de cerrar la planta y deslocalizar su producción en China, la fábrica está cerrada y todos su trabajadores, unos con prejubilación y otros con indemnización, en la calle.

La gran virtualidad de EH Bildu es que durante estos cuatro años no solo ha puesto a los suyos que se hallaban entre cooperativistas, transportistas, agricultores, ganaderos, forestalistas, etc., en su contra, sino que ha tenido especial cuidado con las multinacionales a las que les ha puesto alfombra roja en sus pretensiones que parece que tienen mucho que ver con la idea del soberanismo que practican.

Candy ha sido el último caso, pero con anterioridad, el ahora alcalde en funciones de Donostia, Juan Karlos Izagirre, y el también concejal de Desarrollo Económico y Turismo en funciones, Josu Ruiz, dieron su apoyo en agosto de 2013 a la explotación de la concesión del autobús y del tren turístico de la capital guipuzcoana al Grupo Juliá y Alsa, sin importarles que esa decisión significaba el cierre de dos empresas promovidas por donostiarras, en un caso con apoyo del Gobierno Vasco, que fueron pioneros en un negocio, a pesar de que ETA estaba en su plena actividad.

Desaparecida la violencia y como respuesta a esa apuesta que hicieron en su tiempo estas empresas por atraer el turismo a Donostia en los años del plomo, tanto Izagirre como Ruiz se abrazaron a esas multinacionales sin preguntar por las condiciones laborales en las que se encuentran sus trabajadores o si su compromiso con la ciudad es dejar, en el caso de Alsa o de su filial, la compañía navarra Conda, a sus pasajeros tirados en la mal llamada estación de autobuses de Donostia sin recibir ningún tipo de explicación convincente o que los viajeros puedan perder sus conexiones de avión o autobús por lo ajustado que tienen los horarios con el fin de evitar costes salariales. Este tipo de actuaciones, a pesar de que Arraiz no lo quiera ver, se traducen con el tiempo también en votos.

A nadie se le hubiera pasado por la cabeza hurgar en el bolsillo de los jubilados, sean o no cooperativistas, para resolver los problemas de tesorería