Sociedad civil
Aunque no es un término que me gusta por lo que significa de contraposición a una situación pretérita y de infausto recuerdo, lo cierto es que la sociedad civil, o mejor, la ciudadanía, porque conceptualmente comporta una mayor responsabilidad y un compromiso hacía la res pública y el bien común; está demostrando en los últimos días un dinamismo insospechado y que parece que, de repente, ha despertado como sobresaltada por las consecuencias que ha podido tener la dejación que, de manera interesada y cómoda, se ha hecho hacia las instituciones y otras entidades del establishment.
Este deseo de retomar el protagonismo que les corresponde a los ciudadanos en todos los ámbitos de la vida se ha acentuado todavía mucho más con esta crisis de la que, de manera tímida, parece que se está saliendo. En el desarrollo de esta crisis las personas hemos sido meros convidados de piedra de unas decisiones tomadas por otros y lejos de nosotros, de aplicación debida y sin posibilidades de enmienda, lo que ha provocado una gran frustración social y desasosiego colectivo y, como respuesta, un rechazo a la resignación y una apuesta a la indignación proactiva en un afán de recuperar el tiempo perdido.
Cuando por acción interesada u omisión o por actuación desmedida o incapacidad, los ciudadanos hemos visto el resultado de ciertas decisiones desde el poder político con un efecto pernicioso sobre el interés general de la sociedad, lo normal es que tarde o temprano hubiera una reacción.
Para algunos habrá sido muy tarde, para otros habrá causado sorpresa que algunos hayan decidido dar un paso al frente y mojarse por los demás, para los opositores igual es prematuro, ingenuo o interesado, pero, sea lo que sea, la iniciativa Gipuzkoa Garaile nada más salir a escena, a través de los medios de comunicación, ha provocado una larga lista de adhesiones, algunas de ellas insospechadas, desde el mundo académico, por lo general muy dado al debate de las ideas, pero poco cercano a lo empírico.
Este tipo de iniciativas, en las que los que forman parte están por lo que son y no por lo que representan o dicen ser, provoca un chorro de aire fresco y lozanía que te hace reconciliarte con tus congéneres siempre y cuando Gipuzkoa esté en la centralidad del debate y no sea una iniciativa para verbalizar ideas con origen y destino prefijados, o tratar de paralizar movimientos políticamente más incorrectos que tratan de plantear una catarsis a un status quo que hasta ahora ha sabido contemporizar, con sus más o menos tiranteces, con lo establecido.
En junio, tendremos el examen de reválida de esta Gipuzkoa Garaile y el resultado de las previstas, al menos, cuatro iniciativas en las que su consejo permanente debe trabajar para plantear una formulación que responda a las expectativas que se han creado en el mundo de la empresa, de la investigación, la universidad, los centros tecnológicos, medicina, entidades sociales, etc.
Aunque desde algún foro se ha echado en falta la presencia de sindicalistas en Gipuzkoa Garaile, no estaría mal que en sus debates participaran responsables sindicales de todas las opciones existentes en Euskadi, porque sería conveniente contar con la opinión de los trabajadores en estos foros, máxime cuando son los principales protagonistas de lo que este país quiere ser en el futuro. El problema de los sindicatos, como de los partidos políticos, es que cuando un representante de una organización habla, lo hace siguiendo al pie de la letra el discurso establecido, sin dar espacio a la aportación personal, por muy interesante y valiosa que sea.
La suma es importante, pero la presencia en el consejo promotor de Gipuzkoa Garaile de la exministra de Ciencia, Innovación y Tecnología, Cristina Garmendia, hace recordar a algunos episodios no muy afortunados para nuestro futuro, como cuando hace seis años y medio rechazaba de plano la transferencia de la competencia en innovación y tecnología a Euskadi bajo el gran argumento de que a este país no le resultaría económicamente rentable quedarse fuera de los presupuestos del Estado en este campo.
La transferencia llegó a Euskadi no por deseos de la exministra, sino por la necesidad de su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, de tener que contar con los votos de los diputados del PNV para sacar adelante los presupuestos del Estado de 2009 que condicionaron su apoyo a esta transferencia, reclamada desde 1993, y a las políticas activas de empleo. Por no hablar de cómo ha quedado la subsede de la Fuente Europea de Neutrones por Espalación de Bilbao, cuya financiación fue eliminada de los Presupuestos Generales del Estado de 2013, ya con el PP.
Interpreto la presencia de Garmendia en el consejo promotor de Gipuzkoa Garaile como un acto de contrición y propósito de la enmienda, sobre todo tratándose de presentar proyectos concernidos a este territorio, a partir de su valía profesional y su singular visión de alguien que desarrolla su actividad fuera de este país.
En otro plano mucho más tangible, el nacimiento de Kutxa Ner, la cooperativa de servicios financieros que ha puesto en marcha el grupo liderado por Koldo Saratxaga para financiar a las 21 empresas que forman parte de ese entramado, es la mejor expresión de respuesta de la sociedad civil o la ciudadanía al actual sistema bancario y el primer paso para romper con esa dependencia que no solo ahoga a las empresas, sino que las deja caer porque no forman parte de sus planes estratégicos. Sería larga la lista de ejemplos.
Lo que más llama la atención de Ner Kutxa, que ha sufrido zancadillas por todas partes para constituirse, primero como cooperativa de crédito, y luego como marca comercial, es que solo dos entidades financieras, y ninguna de ellas con sede en Euskadi, han acudido a la llamada que hizo para buscar una contraprestación de los cuatro millones de euros de negocio que genera el grupo en los bancos. Todo un ejemplo frente a aquellas entidades que presumen de estar arraigadas y velar por los intereses del país.
Ahora el ámbito de Ner Group está en las empresas del grupo, pero en el futuro, cuando la entidad tenga los fondos necesarios en un plazo de varios años, el objetivo es que se abra a los particulares desde una filosofía de una banca ética. Lo cierto es que la remuneración al pasivo es del 1% y que los préstamos tienen un coste financiero del 2,5 y 2,8%. No está nada mal para empezar. l