Hace años cuando estaba de moda la creación de plataformas contrarias a cualquier proyecto, infraestructura o iniciativa pública, un destacado dirigente de la izquierda abertzale me decía que la lucha contra el sistema no solo debía centrarse en oponerse a lo que no se está de acuerdo, sino que después de expresar el rechazo, había que plantear alternativas lógicas y posibles. Sin embargo, pasan los años y la izquierda abertzale sigue instalada en el muro de Berlín, como si nada hubiera cambiado, cuando ser anticapitalista era un planteamiento respaldado por un sistema político que se presentaba como alternativa.
Ese escenario va a hacer 25 años que lleva desaparecido, por lo que las estrategias de antaño no caben ya en un marco en el que el anticapitalismo no ha sido capaz de presentar formulaciones distintas a ese modelo y solo se limita a expresar su rechazo con los mismos altavoces de siempre, pero sin ningún escenario de referencia.
La prueba está en la falta de respuesta en todos los órdenes que ha habido a las consecuencias que nos ha dejado la crisis en lo que significa de aumento de las desigualdades sociales -donde los ricos siguen enriqueciéndose y los pobres cada vez se van empobreciendo más-, de unas tasas de paro que hubieran provocado una explosión social a no ser por el colchón familiar, a lo que hay que sumar unos recortes en sanidad y en educación, etc.
En esta coyuntura, aparece el proceso de transformación de las cajas vascas en fundaciones bancarias y la necesidad de reducir su participación en Kutxabank atendiendo a las exigencias que plantea la legislación elaborada a instancias del BCE, el FMI y la CE.
En la sonora oposición que la izquierda abertzale está haciendo en contra de la reducción del capital de las cajas en Kutxabank y la transformación de estas entidades de crédito en fundaciones bancarias no he percibido ver otra alternativa, más que la planteada, para salir del atolladero en el que nos han metido la Troika y tratar de presentar líneas de actuación para, una vez hecha la ley, tratar de sortearla en función de los beneficios del país.
A una formación política se le pide propuestas, modelos de actuación y soluciones porque su actividad en la gestión de lo público es algo que concierne a todos, sean o no votantes suyos. Todos tenemos derecho al pataleo y a la protesta, siempre y cuando detrás de la pancarta haya una formulación que sea tan precisa e innovadora que obligue a la otra parte a considerarla y poder iniciar una línea de acercamiento y de consenso.
Ante la ausencia de propuestas, Bildu, en el caso de las cajas vascas, está actuando desde la barricada sin tener en cuenta que controla las dos instituciones fundadoras de Kutxa, como son la Diputación Foral de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Donostia, que alguna responsabilidad deberían de tener en el devenir de una entidad de crédito que nació, precisamente, para que las clases menos pudientes pudieran tener acceso al sistema financiero, hasta entonces controlado por la oligarquía.
La respuesta a una ley injusta -porque la buena gestión de las cajas vascas no ha sido tenida en consideración por el legislador al meter en el mismo saco los desmanes de cajas de ahorro que llegaron a comprar terrenos en México como dos veces Gipuzkoa sin saber muy bien para qué- debe tener una respuesta ad hoc, máxime cuando la propia normativa recoge muchas lagunas que pueden dar lugar a soluciones diferentes.
Y es en este campo donde Bildu no ha sido capaz de plantear alternativas y ha recurrido, como ocurrió el pasado viernes en la asamblea de Kutxa, a la bronca, a interrumpir las intervenciones y, por si faltara algo más, a la injuria. No parece de recibo que responsables políticos de Bildu utilicen la injuria para expresar su rechazo a una situación sobrevenida, si tenemos en cuenta que el BCE es el regulador del sistema financiero estatal, porque pone de relieve no solo la falta del respeto que se debe tener al adversario en cualquier circunstancia, sino la vaciedad de argumentos para presentar nuevas alternativas y nuevos escenarios. Su oposición a la aprobación del presupuesto de la Obra Social de Kutxa de 17 millones de euros para este año, cuando las inversiones en el ejercicio pasado fueron de siete millones, pone de relieve la política de pataleta que practica Bildu y en la que parece estar cómoda.
Antes de la caída del muro del Berlín los planteamientos antisistemas tenían un referente que comenzaban en la URSS y los países satélites, seguían en China y concluían en Cuba. Ese escenario a día de hoy no existe. No solo porque la URSS desapareció como tal, sino porque China se abrazó a la economía de mercado dirigida por el Estado y Cuba vive en la reinvención permanente.
La transformación de entidad de crédito a fundación bancaria por parte de Kutxa puede suponer la existencia de un instrumento financiero muy importante para el desarrollo del territorio a la hora de controlar no solo las empresas participadas, sino como soporte para la puesta en marcha de nuevos proyectos empresariales. La crisis nos ha puesto en evidencia que en Euskadi hacen falta instrumentos financieros al margen de los bancos para evitar situaciones como las que se han producido debido a la ausencia de flujo del crédito a las empresas,
De la misma forma, si Kutxa debe desprenderse de parte de su paquete del 32% en Kutxabank por imperativo legal, ¿quién dice que no es posible que esas acciones no puedan ser adquiridas por instituciones públicas guipuzcoanas, fundaciones, entidades, sociedades de cartera, etc. que tengan como fin su anclaje en el territorio? Es el caso de empresas importantes que existen en Gipuzkoa que cotizan en Bolsa y donde los trabajadores tienen una parte de control del capital, con lo que se antoja difícil cualquier acción que deslocalize su capacidad de decisión. Por mucho que el fondo soberano noruego cuente con un paquete de acciones en esa empresa, nadie dirá que esa compañía no es guipuzcoana. Todo lo contrario.
El proceso de transformación de las cajas en fundaciones bancarias y la reducción de su peso en Kutxabank puede dar lugar a unas oportunidades como instrumento financiero que pueden perderse en el camino si convertimos a estas entidades en escenario de un rifirrafe político con el horizonte puesto en las futuras contiendas electorales. La situación económica de Gipuzkoa está más para el pragmatismo que para la demagogia.