eRA de manual. La salida de José Luis Larrea de Ibermática, tras la toma de control del 55% de su capital por parte del fondo de inversiones ProA Capital, estaba cantada, aunque pocos pensaban que iba a producirse en un espacio de solo dos meses desde que se puso en marcha la reordenación accionarial con la desinversión de Kutxabank que bajó su posición de un 47,97% a un 15% y la salida de Banco Sabadell, Caixabank y Caja3 que se desprendieron del 10,89% de los títulos que cada uno tenía.
Es la constatación del choque de dos modelos de entender lo que es una empresa y el papel que le corresponde en una sociedad como agente de desarrollo, prosperidad y riqueza y, mucho más, cuando se halla en un país tan pequeño como Euskadi, o gestionarla desde un planteamiento exclusivamente cortoplacista para obtener en un corto período de tiempo unas plusvalías a la inversión realizada mediante su venta al primero que realice la mejor oferta, venga de donde venga, sin importar las consecuencias futuras para la compañía.
En Euskadi estamos abandonando ese modelo de hacer empresas con una visión y perspectiva de hacer país y que se ha convertido en todo un referente hasta el punto de ser objeto de estudio y análisis en universidades estadounidenses como la de Harvard, y algunos se inclinan por el que apostó en su día Catalunya y su dependencia de multinacionales e inversores especulativos que le ha llevado a la crítica situación económica que hoy vive, siendo los pioneros en el recorte de las prestaciones sociales y, consecuentemente, de una crisis de cohesión social por mucho que ahora se envuelvan en la senyera.
Parece que algunos quieren tirar por la borda todo lo que se ha construido y por lo que hemos podido resistir mucho mejor a la crisis que otros países y hayan entrado en una especie de locura de poner todo en venta al mejor postor, sin tener en cuenta que el traspaso de los centros de decisión de nuestras empresas a otros intereses puede suponer nuestro empobrecimiento colectivo.
Resulta preocupante ver como el directivo de un banco vasco afirmaba hace unos días y con total tranquilidad que la cuestión no está en si "el centro de decisión esté aquí o allá, sino que la empresa sea competitiva" (sic). Si eso fuera así, como es posible que en lo que va de año, por poner solo un dato, empresas como Perot, Marie Brizard y Antalis, situadas en Tolosaldea, han cerrado dejando en la calle a unos 350 trabajadores porque sus multinacionales han decidido de un día para otro cerrar las plantas. ¿La situación hubiera sido la misma si la toma de decisiones hubiera estado en Gipuzkoa? La respuesta es evidente.
Hoy, precisamente, por esa falta de visión de país que parece que se está instalado entre nosotros, sería imposible poner en marcha un proyecto empresarial como Euskaltel. Gracias a un pacto político entre el PNV al PP, en la primera legislatura de Aznar, Euskadi cuenta con su propia operadora telefónica y pudo entrar por la puerta grande en el sector de las telecomunicaciones, hasta entonces inexistente. Había una idea clara de lo que este país tenía que ser en el futuro. Prueba de ello, es que Euskaltel es una de las pocas empresas vascas que está entroncada de manera profunda en el territorio.
La cuestión está ahora en saber cuanto va a durar ese valor inmaterial, pero de un gran riqueza en lo que significa contar con una gran penetración en el mercado, cuando un año después de hacerse con la gestión los fondos de inversión Trilantic e Investindustrial, Euskaltel aparece con recortes de plantilla, en un principio de 40 personas, que pueden ser la punta del iceberg de un reducción de 250 empleos de una plantilla total de 550 trabajadores, según los sindicatos. De momento, hay convocada una huelga desde mañana hasta el próximo miércoles.
Y precisamente, uno de los causantes de que Euskaltel forme parte del patrimonio colectivo de los vascos es José Luis Larrea, que en los años 90, puso los primeros cimientos de la empresa para que iniciara su andadura teniendo enfrente a todo el poder de Telefónica y las zancadillas de los medios hostiles de Madrid que no veían con buenos ojos que los vascos tuviéramos nuestra propia compañía telefónica.
Y encima simultaneando la presidencia de la compañía con la dirección general de Ibermática en unos momentos de gran cambio con el objetivo de que pasase de ser una modesta firma de informática impulsada por Kutxa para dar servicio a la entidad guipuzcoana y otras cajas de ahorro y bancos, a ser uno de los líderes del Estado en el sector de las tecnologías de la información (TIC) con una importante presencia internacional. Cuando hace 18 años, Larrea llego a Ibermática facturaba 42 millones de euros y hoy, deja la compañía con unos ingresos de 245 millones.
Tampoco hay que olvidar su etapa como consejero de Hacienda con Ardanza en un momento de plena actividad, ya que durante su mandato, el Gobierno Vasco salió por primera vez a vender deuda pública en los mercados internacionales con un gran éxito, al ser cubierta la emisión en muy pocos días. Al mismo tiempo, fue el impulsor del Banco Público Vasco, un instrumento que no cuajó por la oposición y que hoy hubiera sido un elemento importante en la financiación de nuestras empresas y de impulso de nuestra economía a través de la puesta en marcha de herramientas de capital propio que aseguraran nuestro tejido productivo.
Esa capacidad de impulsar proyectos empresariales o iniciativas a las que hay que añadir el Instituto Vasco de Competitividad-Orkestra o su papel de asesor del Banco SabadellGuipuzcoano, su gran preocupación por el emprendimiento y la innovación desde una visión de desarrollo y progreso de país, hacen que desde un plano de egoísmo colectivo sea todo un lujo prescindir de un ejecutivo del perfil como José Luis Larrea. Entre otras cosas, porque tiene a Euskadi metida en la cabeza como un compromiso personal y profesional. Por ello, no hay que desaprovechar la oportunidad de poder contar con una persona comprometida con su entorno para seguir impulsando y poniendo en marcha nuevos proyectos empresariales que buena falta hacen en este país.