EN los años 90 cuando la violencia existía en Euskadi, la entonces consejera de Comercio y Turismo, Rosa Díez, tuvo la feliz idea ?a pesar de que ahora aborrezca de este país y pida la desaparición de nuestro autogobierno?, de poner en marcha una campaña de promoción y marketing para impulsar el turismo que estaba en horas bajas debido a la imagen negativa que proyectaba el terrorismo hacia el exterior.
Como quiera que la mejor publicidad es el boca a boca, se ideó un eslogan en el que se invitaba al turista a visitar Euskadi para que comprobase in situ que aquella imagen de que todos los vascos íbamos con capucha y el kalashnikov en el hombro por la calle era una absoluta falsedad, que en nuestros pueblos la vida fluía con normalidad, a pesar de los zarpazos del terrorismo, y que como país teníamos unos atractivos tanto culturales como paisajísticos que debían de conocer. Todo esto quedó reducido a un magnífico eslogan publicitario: Ven y cuéntalo.
Y algunos hicieron caso a la invitación y vinieron a conocernos. Pudieron comprobar la falacia interesada que se proyectaba a través de los medios de comunicación estatales acerca de la realidad vasca y de que el turista y extranjero podía andar por las calles de nuestros municipios con más seguridad que la que podía existir en la misma Puerta del Sol de Madrid.
Y en este contexto surgieron, con algunos años de diferencia entre sí y gracias a las ayudas al emprendizaje y a la creación de nuevas empresas del Gobierno Vasco y el ayuntamiento de Donostia, dos pequeñas compañías que apostaron por el turismo y pusieron en marcha dos actividades hasta entonces inéditas no sólo en la capital donostiarra, sino en toda Euskadi como fue, primero, el tren turístico y, posteriormente, el autobús.
Estos negocios que funcionan gracias a una concesión administrativa del Ayuntamiento donostiarra, por lo que pagan religiosamente su canon económico anual correspondiente y con toda la normalidad y sin contratiempo alguno, han sido regulados a través de un concurso público puesto en marcha por San Sebastián Turismo-Donostia Turismoa, una sociedad anónima de titularidad pública, cuyo presidente es el alcalde de la ciudad, Juan Karlos Izagirre, por encomienda de gestión del propio Consistorio.
Su carácter abierto, hasta el punto de haberse publicado en el boletín oficial de la UE, ha dado lugar a lo que siempre pasa en este tipo de convocatorias: Que las grandes empresas multinacionales tiran los precios recogidos en los pliegos de condiciones a la baja para eliminar la competencia de las compañías locales y hacerse con el negocio, a pesar de perder dinero.
De esta forma, el Grupo Juliá, que el año pasado facturó 242 millones de euros y que cuenta con una plantilla de 1.055 empleados, va a controlar todo el transporte turístico de Donostia al ser, probablemente, el adjudicatario del bus turístico en Unión Temporal de Empresas (UTE) con la asturiana Alsa, perteneciente a la multinacional inglesa National Express, y el tren, mediante una alianza con una pequeña empresa de Moguer (Huelva) llamada Viztor Turística.
¿A qué se debe este inusitado interés de las multinacionales del transporte en autocares y autobuses por explotar algo que puede parecer estacional como es un bus y un tren turísticos?
Sencillamente, a que los 20 meses que llevamos de ausencia de violencia en Euskadi y, más en concreto, en Donostia, abren unas grandes posibilidades para el desarrollo del turismo en este país, que tiene una oferta de calidad mucho más alta y más específica dirigida a visitantes de alto poder adquisitivo que la que pueden tener otros destinos en el Estado.
La pregunta que hay que hacerse es dónde estaban los catalanes del Grupo Juliá, los asturianos de Alsa o la onubense Viztor Turística en los años 90 cuando todo eran obstáculos para apostar por el turismo de esta ciudad y poner en marcha esos negocios que ahora están tan interesados en explotar.
Por qué no le hicieron caso al eslogan de Rosa Díez y vinieron a Donostia para contar lo que pasaba y al ver la realidad pusieron en marcha toda sus estructuras organizativas para dar la vuelta a la situación y que cada vez más personas pudieran comprobar lo que aquí ocurría y, con ello, generar riqueza al sector del turismo autóctono que en aquella época lo estaba pasando muy mal.
Qué sintonía e identificación puede tener con la realidad de Donostia una compañía que controla casi todas las conexiones de transportes de viajeros por carretera con Navarra y la Península tanto al sur como al oeste por al cornisa cantábrica, donde el euskera no está presente en ninguna de sus manifestaciones y soportes técnicos, a pesar de la normativa existente en tal sentido.
Qué vinculación puede tener con Donostia un empresario como Cayetano Toribio González, propietario de Viztor Turística, que en octubre del pasado año ingresó en Moguer (Huelva), municipio donde reside, como miembro del Capítulo de Nobles Caballeros y Damas de la Real Orden de Isabel la Católica, tras recibir la correspondiente medalla por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores por contribuir al fomento de las relaciones exteriores de España.
Tal distinción le va a obligar al galardonado, según señala el Gran Maestre de esta organización en una carta de felicitación, a la defensa de sus objetivos como son “divulgar los valores permanentes de la figura de Isabel la Católica, contribuyendo a su mejor conocimiento y defensa de su idea de España y de la Hispanidad, sabiendo armonizar el amor a la propia tierra con el sentido indestructible de la unidad de España” (sic).
Y por si fuera poco, si la decisión que el martes adopte el consejo de administración de San Sebastián Turismo-Donostia Turismoa, presidido por el alcalde, Juan Karlos Izagirre, es favorable a la adjudicación al grupo catalán Juliá, puede suponer dejar sin actividad y, probablemente, abocar al cierre a dos pequeñas empresas locales que nacieron precisamente gracias a las ayudas públicas establecidas en su momento por el propio Ayuntamiento. De esta forma, la lista de desaparición de empresas, que desde que comenzó la crisis elabora Adegi, contará con dos nuevas incorporaciones. El mundo al revés.
Esas ayudas son las mismas que hace unos días dio a conocer Fomento de San Sebastián, otra entidad dependiente del Consistorio donostiarra, para la creación de empresas por valor de 8.000 euros y la generación de empleo con un importe de 3.000 euros por cada nuevo puesto de trabajo.
Puede ser también una decisión que poco tiene que ver con la filosofía que subyace del plan de impulso de la economía y el empleo que ha aprobado esta semana el equipo de gobierno de Bildu en la Diputación Foral de Gipuzkoa por un importe total de 7,6 millones de euros y que tiene como objetivo, precisamente, el desarrollo de las comarcas y contempla ayudas a microempresas en varios sectores, entre ellos, el turismo. Todo un contrasentido.
Alguien puede decir que los pliegos de los concursos están para cumplirlos, pero de la misma forma se puede argumentar que las instituciones que dedican fondos de todos los contribuyentes a la meritoria labor de crear empresas y generar empleo, a la hora de redactar las condiciones de la convocatoria deberían de haber tenido una mayor sensibilidad en la defensa de la iniciativa local, sobre todo en estos momentos de crisis, precisamente, para evitar situaciones de monopolio como se pueden producir y favorecer el desarrollo local. En otros países bien cercanos esto no ocurre.