Me ha sorprendido que, desde que en este periódico se diera a conocer hace diez días el plan de choque que prepara el centro tecnológico Tecnalia, con una reducción de plantilla de 25 personas, un recorte salarial general del 5%, a lo que hay que añadir una bajada de sus ingresos para este año de siete millones de euros, tras haber registrado una caída en la facturación del 4,5% en el ejercicio de 2012, no se haya producido ninguna reacción ante una muy mala noticia para la economía y el progreso del país en clave de futuro.

Que el primer grupo tecnológico privado del Estado y el quinto de Europa se vea obligado a prescindir de 25 investigadores aunque supongan el 1,66% del total de la plantilla, al margen de la reducción sustancial en su cuenta de resultados, evidencia una dato muy preocupante, no solo porque la crisis está afectando al día a día de nuestras instituciones y empresas que han tenido que reducir drásticamente sus inversiones en I+D+i, sino porque nos está hipotecando nuestro futuro en el medio y largo plazo.

Porque al contrario de algunas interpretaciones, la falta de inversión en I+D+i, sobre todo en nuestro caso, no es solo imputable al sector público, que está viendo reducir sus recursos por la caída de la recaudación fiscal, sino -y esto es lo más grave-, porque ante los problemas de financiación que están teniendo nuestras empresas para poder afrontar el día a día, los recursos destinados a ese capítulo han tenido que detraerse en favor de otras contingencias más necesarias. Y esta va a ser, desgraciadamente, la hipoteca que nos va a dejar la crisis durante muchos años en este país porque el conocimiento y la tecnología son los únicos instrumentos de progreso y de competitividad en este mundo tan globalizado en el que vivimos.

Sirva como ejemplo lo que le ha pasado a Rusia, un país que cuando estaba bajo el régimen comunista competía con Estados Unidos en investigación y desarrollo en ese afán de carrera sin obstáculos que proporcionaba el escenario de la guerra fría hasta el punto de convertir el espacio en una batalla permanente para demostrar quien era el mejor, y que, ahora, es sinónimo de mafia, corrupción, blanqueo de capitales y nepotismo. De esa Rusia que mandaba cohetes tripulados al espacio a la de la corrupción y el dinero fácil de hoy han pasado solo 20 años. De ser alguien en el concierto mundial ha pasado a no tener ningún protagonismo de carácter científico y tecnológico en la actualidad.

Recuerdo como, a mediados de los años 90, en un viaje a Moscú, en plena transición de la URSS a la Federación Rusa que comenzaba a pergeñar el entonces presidente Mijail Gorbachov, lo paradójico y síntoma de declive que resultaba observar que debido a la falta de recursos un astronauta estuviera dando vueltas en espacio a la espera del amerizaje y, al mismo tiempo, que ancianas se dedicasen a vender bolsas de plásticos y zapatillas deportivas a la puerta del metro para poder vivir porque el Estado les había retirado todas las ayudas básicas como, por ejemplo, la alimentación.

Sin ir tan lejos, el ejemplo de Rusia nos debe servir de guía para que, a pesar de la ausencia y recortes en las inversiones en I+D+i, la apuesta por la investigación, la ciencia y la tecnología debe formar parte de una de las principales prioridades de este país porque el futuro no va a estar en la excelencia en la fabricación en la que Euskadi es un referente internacional, sino, fundamentalmente, en el conocimiento.

Un conocimiento que debe ser especializado a partir de nuestra larga trayectoria en sectores donde Euskadi pinta mucho como son el de máquina-herramienta, automoción o aeronáutica, que deben servir para impulsar, dentro de un proceso de diversificación, otros emergentes como están siendo aquellos relacionados con las biotecnologías, las nanotecnologías, la salud, la alimentación y la química. Y aquí, Gipuzkoa tiene mucho que hacer y decir porque, no en vano una de las fortalezas que tiene el territorio es, precisamente, sus CIC nanotecnológicos, su importante núcleo biosanitario y la red de centros tecnológicos.

Daba envidia esta semana cómo todo un presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, anunciaba en la Casa Blanca la asignación de 76,9 millones de euros del presupuesto del país a un programa de investigación del comportamiento y funcionamiento del cerebro que puede servir para conocer las claves de la curación de enfermedades mentales o males como el del alzhéimer.

Pero lo más importante no solo es el hecho de que Obama apoye este proyecto del investigador español Rafael Yuste, quien ha dicho que "en Estados Unidos una persona puede sugerir una idea y, un año más tarde, esa idea llega a la Casa Blanca y tiene el apoyo del presidente", sino la diferente forma de responder a la crisis que se tiene al otro lado del Atlántico, frente a la austeridad europea de Ángela Merkel que está provocando un retraso en la recuperación de los países de la UE. El FMI ha cuantificado que por cada punto de ajuste fiscal en los países desarrollados, el PIB se reducía un 0,5%, con lo que a mayor recesión más impacto negativo en las economías y peor salida para el crecimiento. Por eso tiene razón nuestro científico de referencia, Pedro Miguel Etxenike, que ante la reducción en la inversión en materia de investigación, ciencia y tecnología que está provocando la crisis pone como ejemplo el comportamiento de las tribus en África que, a pesar de sufrir hambrunas, lo último de lo que se desprenden es de las semillas. En esas semillas de I+D+i está la supervivencia, el futuro y el progreso de este país.