Sucedió hace una semana. El consejero de Administración Pública y Justicia y portavoz del Gobierno Vasco, Josu Erkoreka y el senador del PNV, Iñaki Anasagasti, junto con dos amigos guipuzcoanos paseaban por las calles de Donostia, tras haber visitado a un amigo común convaleciente de una enfermedad. Durante el trayecto fueron abordados en tres ocasiones y por distintos grupos de personas, en general, de edad madura, que al verles, se dirigieron a ellos educadamente para saludarles y mostrar su sorpresa por hallarlos en Donostia.

En los tres encuentros hubo un denominador común que se convirtió en un requerimiento amable pero que trasluce una honda preocupación que está interiorizada en la sociedad guipuzcoana. “¿Qué hemos hecho los guipuzcoanos para que se nos castigue de la forma como se está haciendo en este momento?”.

La pregunta, evidentemente no iba dirigida al senador jeltzale, sino al número dos del Gobierno Urkullu y aunque científicamente lo sucedido no tiene rango de encuesta, sociológicamente es una muestra muy significativa del estado de opinión que puede existir en el seno de la sociedad guipuzcoana en relación a un cierto desamparo por parte del Gobierno Vasco y una falta de preocupación y cercanía sobre las necesidades del territorio.

Lo relevante de la anécdota, al margen de la importancia del requerimiento con todo lo que ello detrae, es que quienes hacían la pregunta por la forma en que se dirigieron a los interpelados y por su modo de expresarse no procedían de Bildu, sino que eran simpatizantes y votantes del PNV.

La espontaneidad de estos ciudadanos del territorio rojo del este, en desacertada aportación semántica del diputado general del oeste del Deba, José Luis Bilbao, para evitar llamar a Gipuzkoa por su nombre, expresa de manera clara el sentimiento de agravio territorial que parecer estar interorizado en la ciudadanía guipuzcoana y que se ha visto acrecentado con los recortes presupuestarios y que, sin embargo, a tenor de lo que estamos viendo, no parecen tener un criterio equitativo en el conjunto del país.

Esta sensación de ostracismo que tienen los guipuzcoanos por parte de las instituciones comunes vascas no es una cuestión que nace ahora, sino que se viene constatando desde hace algún tiempo, cuando el peso del territorio en el conjunto del país, al margen de quién ocupe hoy la Diputación Foral de Gipuzkoa y ostente las alcaldías de un gran número de ayuntamientos, se ha ido mermando poco a poco.

Basta con echar un vistazo a la procedencia de los miembros de algunas instituciones y sociedades públicas de carácter común que, en algunos casos, están siendo sometidas a un proceso de centralización. Y no solo se da en el sector público, sino también en aquellas entidades de gestión privada.

La crisis y la falta de recursos públicos han hecho ahondar mucho más esa percepción que ha ido en aumento en la misma medida que en el oeste del Deba se acrecentaba ese afán por ser el epicentro del país. Olvidándose de que todavía existe una ley de Territorios Históricos que en su filosofía, a partir del reconocimiento de los derechos históricos de cada territorio, plantea un modelo federal de país, de momento, a tres, y a la espera del cuarto, si algún día de cumple el artículo 2 del Estatuto de Gernika.

No deja de llamar la atención que en esta sensación de agravio que existe entre los guipuzcoanos haya provocado por motivos y orígenes diferentes una coincidencia plena entre Bildu, el PSOE y el PP. Es muy difícil conseguir tanta unanimidad en formaciones tan dispares y tan distantes. Parece que el Gobierno Vasco ha sido capaz de formar esta alianza contranatura metiendo la tijera en un territorio y sin aplicar la misma tabla rasa en otros.

Tiene razón el alcalde de Donostia, Juan Karlos Izagirre, cuando se queja del recorte del 76% de la asignación del Gobierno Vasco para la Capitalidad Cultural de Donostia prevista para el año 2016, al entender que no es una iniciativa que no solo concierne a la ciudad, sino que va más allá al convertirse en un proyecto que vincula a todo el país.

O es que el escaparate que va a suponer para Euskadi la ventana de Donostia en toda Europa es solo cosa de los ñoñostiarras que solo están preocupados por lo lúdico y el mundo de la farándula.

El proyecto de la Capitalidad Cultural de Donostia no es una iniciativa de Bildu, ni del PSOE, sino de todos los donostiarras, guipuzcoanos y vascos, en tanto en cuanto, supone una plataforma para mostrar a Europa la singularidad de este país y una oportunidad para colocar su realidad en un plano internacional frente al lastre de un Estado que cada día más se enroca en la recesión y en los recortes.

Es una oportunidad inmejorable para colocar la marca Euskadi-Basque Country en la agenda política, económica, social de una Europa que necesita reinventarse.

Es una iniciativa que va a servir para proyectar la imagen de este país desde un aspecto tan importante como es el de la cultura, ?que no olvidemos en términos económicos es un elemento de competitividad? de la misma forma que Vitoria lo ha sido con su capitalidad verde con todo lo que ello puede tener de señuelo a la hora de desarrollar una actividad emergente como es la economía verde. Lo que no invirtamos ahora en esos intangibles, luego nos pasará factura.