El sistema capitalista está desorientado desde que tomó el rumbo de la globalización y bancarización: se equivoca que eliminando las fronteras en el mundo se convertiría en su patio de operaciones sin limites. Podría haber sido la solución al estrechamiento de los límites de los mercados , pero el ansia y la urgencia de recoger beneficios ha provocado una competencia feroz que no han sabido canalizar ni los estados ni las multinacionales. En realidad el sistema industrial ha sucumbido abandonando la épica del esfuerzo, competitividad y productividad. Tradicionalmente ha contado con diferentes tecnologías y ciencias para ganar en capacidad productiva, reducción de costos y mejora permanente de la calidad. Suponía un estímulo para quienes se preparaban a entrar en el mundo profesional. Pero ya no se valora la productividad, ahora la actividad persigue sólo el beneficio financiero. La bancarización ha provocado la economía financiera que ha convertido el dinero en mercancía, aunque diferente y ha dejado de ser el “medio para facilitar las transacciones” según los clásicos. Ahora en la economía industrial es muy complejo obtener altas rentabilidades, el retorno de la inversión es lento, pues su volumen colosal y difícil de rentabilizar y la competencia no tiene límites. Esas limitaciones le han convertido en un sistema que no retribuye lo deseado a los inversores que realmente son especuladores, pues buscan altas rentabilidades inmediatas. En la economía financiera ganar dinero no supone creación de riqueza, pues los bancos apoyados por los estados dedican sus activos a grandes operaciones de capital especulativo de riesgo o financian operaciones bélicas entre bloques mundiales, pero en conexión con las instituciones financieras nacionales públicas que las avalan y rescatan en caso de default. La economía financiera ha sustituido a la actividad industrial, en detrimento de la riqueza, destruye empleo y provoca el desequilibrio de la distribución de la riqueza.