Érase una vez un pirómano que por vocación de servicio al pueblo se dedicaba a quemar casas. En esos incendios moría gente que nunca tuvo que haber muerto. El pirómano sabía que estaba muriendo gente, pero a él eso le importaba bien poco, porque seguía quemando casas. Esa causa superior a él -su vocación de servicio al pueblo- estaba por encima de todas las cosas y personas y justificaba todos sus incendios. También había muchas personas que, contra toda lógica y toda ética, aplaudían al pirómano y le instaban a continuar quemando casas. Un día el pirómano y quienes le jaleaban dicen que ahora lo que toca con relación a la vocación de servicio al pueblo es apagar los incendios que él mismo ha ido causando durante tanto tiempo. Y al pirómano lo transforman en bombero. Quienes le apoyaban cuando quemaba casas nos dicen ahora que el pirómano es, en realidad, un bombero de trayectoria ejemplar, modélico apagafuegos a quien debemos reconocer su colaboración, porque sin ella los incendios que él mismo había creado nunca se apagarían. Si le recordamos que lo que pasó en esos incendios no se puede olvidar y que no se puede hacer borrón y cuenta nueva de su pasado de pirómano, entonces nos acusan de querer provocar otro incendio. Mientras tanto, el expirómano reconvertido a modélico bombero no tiene en esta nueva fase ni media palabra de humanidad o cercanía hacia todas las personas que murieron abrasadas en sus incendios, ni media sílaba de autocrítica por su pasado incendiario. Señor David Pla: qué felicidad que usted ya no sea un pirómano. Pero de ahí a ser bombero...