Es hermoso ver cómo los pelotaris -cuando juegan por parejas- se ayudan el uno al otro; se aconsejan; se disculpan; se entrecruzan palabras y miradas y miradas de ánimo; el delantero ayuda al zaguero (o viceversa) cuando el compañero está cansado o le viene una pelota difícil; se piden perdón mutuamente cuando fallan por entrar a pelotas que no son suyas; se abrazan al final, aunque hayan perdido... Todo ello me hace pensar en otro tipo de parejas (los matrimonios) donde, con muchísima frecuencia, no se dan este tipo de actitudes, sino -precisamente- todo lo contrario: Odio, rencor, egoísmo, exigencia de que el otro no cometa el menor fallo; de que aporte en el trabajo del hogar y en -por ejemplo- la hipoteca del piso, el 50% aunque esté pasando por una racha de falta de empleo, o aunque tenga menor capacidad. Y, desde luego, nada de un abrazo sino una bronca tras otra si pierden, si las cosas van mal... Es triste tener que confesarlo, pero me emocionan más las parejas de pelotaris que muchas parejas de personas, de matrimonios.