Dedicó su vida a la ciencia, alternando la biología con los algoritmos, optimizando velocidades de cálculo y computación. Fue famoso por descifrar los mensajes encriptados por la máquina alemana Enigma, en la Segunda Guerra Mundial. Tras la gloria, fue encerrado por homosexual, lo que le llevó a quitarse la vida mordiendo la famosa manzana que Steve Jobs inmortalizó después como logo de Apple en memoria de un genio que estudió la inteligencia rodeado, valga la ironía, de una sociedad necia e intolerante. Alan Turing inició su artículo Computing machinery and intelligence, formulando la siguiente pregunta: ¿Las máquinas pueden pensar? ¿Hasta dónde llegaremos? Me imagino a Turing respondiendo desde su cátedra antes de que lo condenasen a la indiferencia por homosexual: el día en que la máquina sienta curiosidad, ya será tarde; habrá tomado consciencia de sí misma y actuará sin esperar una orden. Esa es la línea que hay que evitar.